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Tras la valla

POR: Diana Margarita Cantón

Tras la valla, ya en el ágora, parapetada tras la torre de la televisión y sus cámaras, pude apreciar la estratificación del acto: en la tribuna o cerca de ella estaban los artistas "confiables", invitados, los máximos dirigentes del Partido único y de las organizaciones de masas, los altos oficiales de la Seguridad del Estado, tal vez con pulóveres blancos, no vestidos de verde olivo.

Eso se reservó al "Uno", que llegó vestido de gala y muy bien planchado a vapor para pronunciar su agresivo discurso. Primero el arte, la cultura masificada e ideologizada, y después la política abierta, frontal y cortante.
Luego las delegaciones comunistas y "revolucionarias" extranjeras empeñadas en que "la esperanza del mundo: la revolución cubana, no se apague".

Más tarde, oficiales vestidos de civil, médicos "confiables" y personal selecto de la Cruz Roja para que "las masas" enardecidas no se llevaran la peligrosa valla que puede provocar un accidente fatal.

Muy cerca de ellos, los héroes nacionales del trabajo, los vanguardias nacionales, los elegidos, los más fieles, y sólo después, clasificados y bien identificados por organismos o empresas, los trabajadores.

Primero los centros vanguardias, después los demás. Primero los que producen y ganan alguna divisa (dólares) -los del tabaco, los de "La Conchita" (fábrica de dulces y vegetales en conserva), los de la agricultura, con pulóveres rojos también, pero marrones.

El de a pie no estaba en la vanguardia sino en la retaguardia; si acaso era un francotirador o un revisador de minas o un guardacostas, en resumen "carne de cañón".

A mí me consta que el resto de los trabajadores movilizados y controlados, los estudiantes, las amas de casa, los cederistas, las federadas y los marginados vieron de lejos al Rey. Y sólo cruzaron la valla si se desmayaban, por desayunar un pan con café o dejárselo al hijo antes.

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