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Sunday, April 27, 2014

La Habana de 1960:








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‘Mapa dibujado por un espía’

‘Mapa dibujado por un espía’, descarnada vivisección de La Habana de la década de 1960



 



Especial/el Nuevo Herald


Acabo de terminar la lectura de Mapa dibujado por un espía (Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores, 2013), uno de los textos inéditos que dejó al morir Guillermo Cabrera Infante (Gibara, Cuba, 1929-Londres, Reino Unido, 2005), y me siento, más que triste, apesadumbrado. El libro es como un diario, como una crónica, de los poco más de cuatro meses que pasó en La Habana su autor, en el verano de 1965, cuando acude desde Bruselas, donde se encontraba trabajando como agregado cultural, al entierro de su madre. Su reencuentro con una Habana que no visitaba desde 1962 y el impacto que provoca en él lo que ve, lo desconcierta: “Estaba en su país pero de alguna manera su país no era su país: una mutación imperceptible había cambiado las gentes y las cosas por sus semejantes al revés: ahí estaban todos pero ellos no eran ellos, Cuba no era Cuba”. La ciudad empezaba a desmoronarse, locales cerrados, clausurados, miseria y escasez crecientes, colas interminables, pero lo peor era el clima de terror que flotaba sobre las gentes. Sus amigos, como él mismo, gentes que se habían identificado con la revolución o que pertenecían a familias comunistas o que en el pasado habían luchado contra el régimen anterior, hablaban en voz baja temerosas de micrófonos ocultos y contaban de persecuciones, de encarcelamientos y represión política. Del entusiasmo inicial, de los sueños que habían alimentado, quedaba muy poco. Estaba contemplando el nacimiento de la doble moral.
Cabrera Infante consigue con Mapa dibujado por un espía una lúcida y descarnada vivisección de La Habana de la década de 1960, época sobre la que, dicho sea de paso, no hay mucho escrito. Es un relato en tercera persona, continuo, de 378 páginas, sin capítulos ni cortes, sereno pero triste, que suena como un adiós. Un texto honesto, visceral, que, como se ha escrito, parece ser un apunte, un borrador, un apoyo, para una labor posterior más elaborada literariamente, algo que su autor, al parecer, no hizo, aunque haya vuelto sobre el texto alguna que otra vez. Esa “imperfección”, ese aire de cosa inconclusa, inacabada, es, a mi modo de ver, el que lo convierte en una gran novela, en gran literatura, precisamente porque no se buscaba hacer literatura. Nada o muy poco hay aquí de retruécanos, de experimentación, de ingeniosos juegos y malabarismos verbales, de hipérbaton sonoro, a veces tan fatigantes. Aquí hay un gran escritor fuera de serie, hay clase, hay sentimiento, hay desgarramiento, hay amor por un país y una Habana, que se iba a bolina; y también, flotando sobre todo, incluso metiéndose entre los cuerpos que se aman con desesperación, el dolor de la pérdida, el recuerdo y la presencia de la madre muerta: “Ella se ha muerto –dijo él entre sollozos– y todo sigue igual: el parque es el mismo, la misma gente viene a jugar y a sentarse en él: todo sigue igual, solamente que ella está muerta”.
Por Mapa dibujado por un espía desfila la intelectualidad de la época, casi todos los nombrados muy conocidos y amigos entonces de Cabrera Infante; y algunos funcionarios y gendarmes de la dictadura. Entre los primeros están los que, temerosos, aplauden en voz baja mientras tramitan el viajecito que los aleje del paraíso; si es con un cargo diplomático, mejor. También los que no esperan ya nada, sólo que toquen de madrugada a la puerta. Los segundos se ejercitan en guerritas intestinas –nunca mejor dicho– por raciones de poder. Entre todos, salvo las excepciones de rigor, reina la mediocridad y el oportunismo. Hijos que esperan porque Saturno acabe de devorarlos. O el suicidio.
Como se sabe, el viaje para los funerales que se suponía que implicara una estancia, cuando más, de una semana, se transforma en pesadilla kafkiana cuando ya en el aeropuerto con sus hijas, a pocos minutos del embarque –su esposa Miriam Gómez esperándolo en Bélgica–, una llamada le impide tomar el avión. Tiene que regresar y ahí comienza su peregrinar por las dependencias gubernamentales buscando una explicación y la solución del problema. Va el tiempo pasando y crece la incertidumbre, pero el autor de Tres tristes tigres no se amilana, tiene fe en que conseguirá su objetivo: largarse de aquel infierno. Como también se sabe, lo consigue… Quizás, especulando un poco, lo obtiene porque la institucionalización del terror todavía no se había consolidado, a pesar de los fusilamientos y de la UMAP. Eso ocurriría menos de tres años después, en 1968, con la llamada Ofensiva Revolucionaria en la que se borró todo vestigio de democracia, se cerraron los clubes y cabarets, se nacionalizaron hasta los puestos de fritas y el país se cerró a cal y canto.
Mapa dibujado por un espía (guardado en un sobre durante años y abierto después de la muerte de su autor), es la tercera pieza póstuma de Cabrera Infante que publica la editorial Galaxia Gutenberg/Círculo de Lectores tras La ninfa inconstante (2009) y Cuerpos divinos (2011). La edición incluye una Nota preliminar de su editor, Antoni Munné, un Prólogo del propio autor y, al final una Guía de nombres, con “un breve apunte biográfico de algunos de los personajes más significativos que aparecen en el libro”.

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