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Saturday, May 02, 2009

Escrito desde La Habana, Cuba:

La primera jornada de Mayo.
Escrito por: Yoani Sánchez.
Ayer fue un día intenso. Hubo desfile por la mañana, aguacero en la tarde y algunos impertinentes hicimos un cacerolazo a las ocho y treinta de la noche. La concentración en la Plaza de la Revolución se parecía a la de todos los años, la lluvia era igual de húmeda y el toque de sartén sonó como la peculiar sinfonía de unos pocos. Les traigo algunos trozos de sonido e imagen, para que vivan el primero de mayo tal y como lo sentí yo… con toda su intensidad y su locura.
Desde mi terraza se escuchó poca reacción ante los primeros golpes de cazuela, pero nos queda la alegría de que los nuestros se oyeron bien lejos. A través de una rápida encuesta telefónica supe que en la ciudad de Pinar del Río también se percibió el sonido de los metales, mientras varios barrios de La Habana guardaron silencio. El limitado repiqueteo fue hecho desde la pequeñez del individuo que se atreve y no con el masivo automatismo de los que desfilaron en la mañana. Esa viene a ser la diferencia entre el pío-pío espontáneo y el cacareo orientado.
Toda chispa es pequeña, le dije a alguien que me preguntó por la magnitud de lo que ocurrió anoche, y cuando se estrena una herramienta de expresión se hace tímidamente. Al enterarme de la convocatoria que circulaba por Internet, coincidí con varios amigos que sería más realizable el simple gesto de apagar la luz. La cacerolada implica exponerse demasiado y hay muchas personas que todavía le temen a las represalias. Poner a oscuras una casa es algo que se hace sin quedar en evidencia y es el tipo de gesto que está dispuesto a hacer nuestra ciudadanía, no más.
A pesar de las pocas notas escuchadas, creo que algo cambió en la rutina del día de los trabajadores. Fue apenas un ligero toque de latas y cucharas, que vino después del primer aguacero de mayo.

Amor a Dios y al Prójimo:

Sábado 2 de mayo
Las cosas que fueron el objeto de mi cariño estuvieron con los hijos de los hombres (Pro. 8:31).
Algunas personas que acaban de aprender las verdades bíblicas sienten gran amor por Dios. Impulsadas por esta cualidad, hablan sobre Jehová y el Reino con tanta seguridad que logran convencer a muchos para que examinen las Escrituras (Juan 1:41). En efecto, lo que más nos motiva a los cristianos a participar en la obra de hacer discípulos es el amor a Dios. Por consiguiente, mantengamos vivo dicho amor siendo constantes en la lectura y meditación de la Biblia (1 Tim. 4:6, 15; Rev. 2:4). No cabe duda de que el amor a Jehová contribuyó a que Jesucristo enseñara con tanto celo. Pero esa no fue la única razón por la que tuvo tan buenos resultados al predicar el Reino. Jesús siempre se preocupó por la gente y mostró mucho interés en ella. Era tan amoroso y compasivo como su Padre, lo cual atraía a la gente a la adoración del único Dios verdadero. Personas de todo tipo lo escuchaban porque se interesaba de verdad por ellas y por su situación (Luc. 7:36-50; 18:15-17; 19:1-10). w07 15/11 1:5-7