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Friday, January 04, 2013

Las elecciones que vienen.

Tomado del blog Segunda cita.

, 1 de enero de 2013Mis objeciones a las elecciones que vienen






por Guillermo Rodríguez Rivera





Hay quien las califica de comedia, porque son unas elecciones en las que domina un único partido y eso puede crear también una unanimidad cuyo sentido mayor es salvaguardar el poder establecido. Es decir, el sistema.





Es verdad. Pero no sólo ocurre donde existe un único partido. Casi todo el llamado mundo “democrático” –al que no pertenecemos– está regido por un sistema bipartidista, que se parece muchísimo al que se estableció desde hace mucho tiempo en los Estados Unidos. Usted puede votar por los republicanos o por los demócratas, y a veces hay diferencia, sí señor.





El presidente Barack Obama defraudó en su primer período a un gran número de sus votantes. No hubo reforma migratoria, los impuestos los siguen pagando las mayorías más pobres. Miles de norteamericanos conforman las huestes de los indignados que proliferan en estos países. Pero la decisión neoliberal de recortar gastos sociales, reducir las plantillas del estado y aumentar el desempleo sin protección, no lo pueden controlar los electores.





Los políticos mienten descaradamente. Mariano Rajoy mintió a sus electores ofreciéndoles un programa de gobierno opuesto al que está llevando a cabo cuando ha conseguido el inocente voto de los españoles. Pero si ascienden al poder otra vez los socialistas, no lo van a hacer muy diferente: la democracia ha sido secuestrada por la riqueza. Ese elector que no vota pero que financia las millonarias campañas electorales, decide la actuación del gobierno. Debajo de los dos partidos está el partido del dinero. Con todo, no es inútil el bipartidismo.





Ante el programa electoral de Mitt Romney, que amenazaba con ser un segundo George W. Bush, los mismos electores defraudados prefirieron darle una segunda oportunidad a Obama. Del mal, el menos. Hasta los cubanos del condado Dade votaron demócrata para sacarse de encima al millonario que venía a prohibirles viajar a Cuba y mandarle dinero a la familia.





Para empezar a restaurar la vieja democracia que la riqueza se ha ido tragando, habría que prohibir las millonarias contribuciones a las campañas electorales, que convierte a los políticos en deudores de la minoría rica y no de la mucho más modesta mayoría que ha votado por ellos.





En Cuba, no solo no tenemos financiamiento de las campañas políticas, sino que no tenemos campañas políticas. Acaso porque estaban asociadas a esa deformación que es la “politiquería”: el candidato prometía lo que sabía que no iba a cumplir. Como Rajoy en España, estafaba el voto de sus electores. Pero eliminar las campañas políticas para eliminar la politiquería, es como botar el agua sucia de la palangana con niño y todo.





A mi puede importarme la trayectoria de una persona, su integridad personal: en Cuba, todos los que se presentan como candidatos suelen tener una trayectoria vital irreprochable. Por eso, me interesaría más conocer qué se propone hacer como diputado, cuáles son sus proyectos como legislador, y eso es algo que no sé de los candidatos que voy a elegir. Habría que buscar la manera de que esa información se comunicara a los electores.





La presidenta de la Comisión Nacional de Candidatura afirmaba en un reciente programa televisado de Información Pública, que el diputado es electo por un municipio, una provincia, pero legisla para todo el país. Pero esa globalización de la legislación puede anular la legislación específica. El diputado debe conocer los males, las carencias, las necesidades de su región, de su pueblo, y hacerlos presentes allí donde legisla.





La poca o casi nula atención que el cubano presta a sus legisladores, proviene del hecho de que no pueden resolver los problemas que afectan y a veces agobian al ciudadano, a la población.





Cada nivel –el municipio, la provincia, la nación– deben tener un presupuesto que debe ser global en la última instancia, pero que debe especificarse en la provincia y el municipio. Que el diputado legisle para la nación, sí, pero que sepa quiénes lo eligieron, cuáles son sus problemas y con qué recursos cuenta para solucionarlos. Es absurdo que exista un diputado por Sagua de Tánamo que no haya visitado la localidad en un año. Si funciona ese vínculo, veremos cómo aumenta la comunicación entre el legislador y sus electores. La descentralización que la economía pide a gritos, la necesita a todo dar la vida política del país.





Creo, asimismo, que las elecciones no lo son plenamente cuando la población debe elegir al mismo número de candidatos que le proponen. Ahora es eso lo que ocurre y, en la práctica, es la Comisión de Candidatura la que está eligiendo a los diputados. Es cierto que esa candidatura debe ser validada por la Asamblea Nacional. Pero, para añadir un nuevo nombre, la Asamblea tiene que invalidar uno de los propuestos, y casi nunca hay razones de peso para ello. La que la Comisión elige es la candidatura: si el elector no tiene dónde seleccionar, la Comisión es entonces la que decide cómo se integra la Asamblea.





No creo en la absoluta separación de poderes como la concibió el ilustre pensador francés Charles Louis de Montesquieu en su obra maestra, "El espíritu de las leyes", que dio a conocer en 1748. Pero no se puede ser juez y parte y me parece que un 50% de diputados incluidos en la candidatura son demasiados cuando, de hecho, la mayor parte de ellos son funcionarios del gobierno. Creo que ello disminuye la capacidad crítica de la Asamblea Nacional para valorar la actuación del gobierno. La Asamblea Nacional debería incluir un grupo de importantes funcionarios del ejecutivo, pero también de personalidades de reconocido prestigio y saber que no tengan ese compromiso con el gobierno, aunque puedan ser militantes del PCC.





Creo que adoptar estas medidas ampliarían sensiblemente el carácter democrático de nuestras elecciones y en, consecuencia, reforzaría los vínculos entre la población y sus representantes. Bien nos va a hacer.