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Saturday, April 27, 2013

La Guardia Pretoriana escucha las buenas nuevas:

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LA ATALAYA (EDICIÓN DE ESTUDIO) FEBRERO DE 2013

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La Guardia Pretoriana escucha las buenas nuevas

Es el año 59 de nuestra era. Después de un largo viaje, el centurión Julio y sus agotados soldados conducen a un grupo de prisioneros a través de la Puerta Capena, una de las entradas de Roma. Pasan cerca del monte Palatino, donde se encuentra el palacio del emperador Nerón. Los soldados de la Guardia Pretoriana protegen este edificio armados con espadas que esconden bajo sus togas. * Los prisioneros marchan por la ciudad dejando atrás el Foro romano y suben por la colina Viminal. Luego pasan por un jardín lleno de altares dedicados a dioses romanos y por un patio de armas, donde se realizan ejercicios militares.
Relieve con soldados pretorianos, posiblemente del Arco de Claudio (año 51)
El apóstol Pablo es uno de esos prisioneros. Hace unos meses, cuando estaba a bordo de un barco azotado por un mar enfurecido, un ángel le aseguró: “Tienes que estar de pie ante César” (Hech. 27:24). ¿Se cumplirán pronto estas palabras? Pablo contempla la capital del Imperio, y su memoria lo traslada a la Fortaleza Antonia, en Jerusalén. Allí Jesús le dijo: “¡Ten ánimo! Porque como has estado dando testimonio cabal de las cosas acerca de mí en Jerusalén, así también tienes que dar testimonio en Roma” (Hech. 23:10, 11).
Quizás ahora Pablo alza los ojos al Castra Praetoria (campamento pretoriano), una enorme fortaleza con torres y muros de ladrillo rojo coronados de almenas. Este es el cuartel de los policías de Roma y guardaespaldas del emperador: la Guardia Pretoriana. En la fortificación viven  miles de soldados, pues es la base de 12 cohortes pretorianas, varias cohortes urbanas y fuerzas de caballería. * Este lugar es un símbolo del poder del emperador. Como la guardia se encarga de los cautivos procedentes de las provincias, Julio entrega a los suyos allí. Por fin, después de un viaje largo y peligroso, ha conseguido llevarlos a su destino (Hech. 27:1-3, 43, 44).

EL APÓSTOL PREDICA “SIN ESTORBO”

El viaje a Roma estuvo lleno de sorpresas. Cuando estaban en aquel mar enfurecido, Dios le reveló a Pablo que todos los que navegaban con él sobrevivirían al naufragio del barco, y así fue. El apóstol también sobrevivió a la mordedura de una serpiente venenosa en Malta, donde curó a muchos y la gente comenzó a decir que era un dios. Los relatos de estos sucesos posiblemente se propagaron entre los guardias pretorianos.
Antes de entrar en Roma, Pablo se vio con unos hermanos que salieron a su encuentro en “la Plaza del Mercado de Apio y las Tres Tabernas” (Hech. 28:15). Pero ahora que está en cadenas, ¿cómo cumplirá su deseo de declarar las buenas nuevas en Roma? (Rom. 1:14, 15.) Algunos expertos creen que los prisioneros eran entregados al líder de la Guardia Pretoriana, o prefecto. Si ese fue el caso de Pablo, debió haber sido llevado a Sexto Afranio Burro, quien posiblemente era la persona con más poder en Roma después del emperador. * Sea como sea, el relato indica que Pablo es custodiado por un soldado pretoriano raso, no por un oficial. Y se le permite encargarse de su propio alojamiento, recibir visitantes y predicarles sin que nadie se lo impida (Hech. 28:16, 30, 31).

PABLO PREDICA A PEQUEÑOS Y A GRANDES

Los muros del Castra Praetoria en la actualidad
Como parte de su trabajo y antes de presentarlo ante Nerón, puede que Afranio Burro entreviste a Pablo en el palacio real o en la fortaleza pretoriana. El apóstol aprovecha esta oportunidad única de predicar “tanto a pequeño como a grande” (Hech. 26:19-23). Aunque no sabemos qué impresión se lleva Afranio Burro, sí sabemos que Pablo no es encarcelado en el campamento pretoriano. *
 Pablo alquila un lugar con suficiente espacio para reunir a “los hombres prominentes de los judíos” y predicarles a ellos y a quienes van a él “en mayor número”. Los soldados pretorianos que lo custodian no tienen más remedio que escuchar el “testimonio cabal” que les da a los judíos, a quienes les habla sobre Jesús y el Reino de Dios “desde la mañana hasta el atardecer” (Hech. 28:17, 23).
Los soldados oyeron a Pablo dictar algunas de sus cartas
Todos los días a la hora octava (a las dos de la tarde) hay cambio de guardia en la cohorte pretoriana a cargo del palacio. Y es posible que ocurra lo mismo con los soldados que vigilan a Pablo durante sus dos años de cautiverio. Así que los soldados lo escuchan cuando el apóstol dicta sus cartas a los cristianos efesios, filipenses, colosenses y hebreos, y a un hermano de nombre Filemón. Mientras está detenido, Pablo también atiende a Onésimo, un esclavo fugitivo al que trata como a un hijo y a quien luego envía a su amo (Filem. 10). Y sin duda se interesa por quienes lo custodian (1 Cor. 9:22). Es fácil imaginarse a Pablo preguntándole a un soldado sobre las diferentes partes de su armadura y usando esos elementos en una excelente ilustración (Efes. 6:13-17).

 HABLARON LA PALABRA DE DIOS SIN TEMOR

El encarcelamiento de Pablo contribuyó a que toda la Guardia Pretoriana y otras personas conocieran las buenas nuevas (Filip. 1:12, 13). Los ocupantes del Castra Praetoria tenían contactos por todo el imperio y en el palacio imperial. En el palacio no solo vivían el emperador y su familia, sino además muchos siervos y esclavos, algunos de los cuales se hicieron cristianos (Filip. 4:22). La valentía de Pablo animó a los hermanos de Roma a hablar “sin temor la palabra de Dios” (Filip. 1:14).
Sin importar cuáles sean nuestras circunstancias, podemos predicarles a quienes nos brindan diferentes servicios
El ejemplo de Pablo también nos anima a nosotros a predicar con valor “en tiempo favorable [y] en tiempo dificultoso” (2 Tim. 4:2). Algunos de nuestros hermanos están recluidos en su casa, en asilos o en hospitales. Otros están en prisión por causa de su fe. Sean cuales sean nuestras circunstancias, podemos hablarles de la verdad a quienes nos visitan, como un médico u otra persona que nos brinde algún servicio. Cuando aprovechamos toda oportunidad para predicar, vemos con nuestros propios ojos que “la palabra de Dios no está encadenada” (2 Tim. 2:8, 9).