VII-
En diciembre de 1980 continuaba todavía contando de mi alegría y felicidad relativas. Mi esposo seguía contento, con ganas de luchar.
Las cartas demoraban mucho y mi familia, especialmente mi madre, se preocupaba y quejaba. Muchas ni llegaban. Al cabo de cinco meses no había recibido noticias.
Recordaba las Odiseas de Cuba para poder conseguir aquel cuartico del Maica, prácticamente inhabitable, cómo tuvimos que arañar la tierra, y por poco lo perdemos. En menos de tres meses en "el imperio", teníamos una casa de tres cuartos, un fogón de cuatro hornillas, tres refrigeradores, dos baños...Era maravilloso!. No se trataba de simples baratijas. Lo único que me dolía era saber el trabajo y las necesidades que pasaba mi familia en mi país.
Pagábamos doscientos ocho pesos mensuales de renta por la casa. Eso sería por un tiempo, hasta hacernos propietarios. Al menos eso creíamos entonces. Dimos una entrada y continuamos pagando la renta mensual, pero al final, la casa sería nuestra.
En diciembre de 1980 continuaba todavía contando de mi alegría y felicidad relativas. Mi esposo seguía contento, con ganas de luchar.
Las cartas demoraban mucho y mi familia, especialmente mi madre, se preocupaba y quejaba. Muchas ni llegaban. Al cabo de cinco meses no había recibido noticias.
Yo hacía gestiones para poner un teléfono, cosa que en Miami no era difícil. Habíamos comprado una casa, después de unos tiempos duros y complejos, aunque no insoportables, pues a decir verdad, hambre no pasamos, mas nuestra situación no era la mejor. Pero ya íbamos mejorando. Nos faltaban muchas cosas, sin embargo veíamos el resultado de nuestra obra. No aspirábamos a riquezas, pero tratábamos de asegurarles a los hijos una vida realmente humana. Trabajábamos y nos sacrificábamos y obteníamos las cosas que deseábamos,.
Recordaba las Odiseas de Cuba para poder conseguir aquel cuartico del Maica, prácticamente inhabitable, cómo tuvimos que arañar la tierra, y por poco lo perdemos. En menos de tres meses en "el imperio", teníamos una casa de tres cuartos, un fogón de cuatro hornillas, tres refrigeradores, dos baños...Era maravilloso!. No se trataba de simples baratijas. Lo único que me dolía era saber el trabajo y las necesidades que pasaba mi familia en mi país.
Pagábamos doscientos ocho pesos mensuales de renta por la casa. Eso sería por un tiempo, hasta hacernos propietarios. Al menos eso creíamos entonces. Dimos una entrada y continuamos pagando la renta mensual, pero al final, la casa sería nuestra.
Vivíamos en un barrio de negros. A muchos no les agradaba eso de vivir con ellos allí, pero yo jamás fui racista. Por qué habría de serlo en mis nuevas circunstancias?. Si una virtud tenía era la sociabilidad y la Amistad con todos los seres humanos, sin prejuicios de ningún tipo. El exceso de esa cualidad me había traído bastantes tropiezos, pues no era selectiva y por proteger a otros, había sufrido hasta prisiones y la separación de mi hijo. Así me ocurrió con lo de la droga. Lo mío era fiestar, bailar, divertirme, tomar, amar, divertirme.Podía fajarme, escandalizar, meterme en broncas y hasta contestar desenfrenadamente a las autoridades cuando hacía catarsis, casi siempre defendiendo causas que consideraba justas, dentro de mi anarquismo y liberalismo. Pero de ahí a las drogas había un trecho. Al menos en aquel tiempo lo veía así. Por creer en aquella amiga, le guardé el paquete y me embarqué y hasta embarqué a Machy y a las jimaguas. Ni averigué lo que contenía y a los quince minutos tenía un registro policial y una causa legal contra mi, en una etapa en que estaba tratando de rectificar, por mi maternidad.
Aquellos negros que tuve por vecinos en Estados Unidos, le explicaba a mi madre, eran muy decentes y finos. En Cuba se hablaba de los pobres negros de aquí, y era cierto que generalmente tenían sus propios barrios. Pero qué barrios!. No como El Rancho, el Maica, el Capó...llenos de negros, mulatos, blancos, chinos y procedentes de todos los continentes mezclados, pero casi siempre indigentes, depravados, bullangueros y violentos. Todos juntos, revueltos, desvergonzados y varios dañinos y malignos.
En cambio estos negros de aquí, podían ir libremente para donde lo desearan y vivían trescientas veces mejor que yo, que tampoco me quejaba.
Mis niñas habían nacido prematuras, al parecer por el embarazo en prisión, en el mar y con toda la angustia de mi azarosa vida. Pero gracias a Dios, estaban que parecían dos hermosas manzanitas. Eran bellas, rubias y rosadas; tan suavecitas!.Pero cuando nacieron de pocas libritas, sietemesinas y con anemia, daban lástima, y yo vivía muy asustada. A los tres meses se había operado el gran milagro divino de mi vida. Dios me las había convertido en dos gemas preciosas y eran tan simpáticas que todos las celebraban y tenía que protegerlas contra el mal de ojo con los azabaches.Ya las verían en las fotos!.
El Machy estaba grandísimo y hecho un negrito!. Se acordaba de todos, aunque no los veía desde hacían diecisiete meses. Tenía un gran peo con su padre y sabía ya hablar Inglés ( Claro, algunas palabritas).
Apenas salíamos a pasear. Habían mil lugares atractivos donde ir, pero no podíamos darnos ese lujo. Por otro lado los niños estaban muy pequeños y lo que ganábamos había que emplearlo en cosas de primera necesidad!. Ya vendrían tiempos mejores!. Mas no nos aburríamos. Teníamos de sobra en qué ocuparnos sin tener que salir.
Continuaba añorando la unidad familiar. Pero las Navidades en el Norte "revuelto y brutal" eran bellísimas. No recordaba las de Cuba, pues era demasiado pequeña cuando las suspendieron pretextando razones económicas vinculadas a la zafra azucarera. Tenía una imagen imprecisa de todo eso.
Muchas veces me deprimía pensando en mis seres queridos ausentes y viviendo en la precariedad casi absoluta. Era un contraste muy grande con la alegría y la abundancia de aquí; aunque algunos como Hermana no eran conscientes de nada de eso. Eran felices a su manera!.Se conformaban con tan poca cosa!.
Enviaba recuerdos, besos, abrazos, cariños y amores a todos. Seguía sin recibir respuestas a mis cartas, entonces contínuas, copiosas, detalladas, desesperadas.
Ya me había reunido por suerte con mi padre, que no estaba muy contento, pues se le habían hecho difíciles ciertas cosas. Estaba decepcionado y triste; extrañaba su vida errante y no conseguía adaptarse tampoco a este mundo algo incommunicado, plano para sus costumbres ermitañas, pero arrabaleras, rancheras. No olvidaba pedir o dar al vecino el buchito de café o la cucharadita de sal o azúcar...
Yo pedía insistentemente fotos a todos mis familiares y que me escribieran, por favor, aunque fuera una nota. Lo necesitaba tanto!.