VI_
Ya en Miami tomé la iniciativa de escribirle a Hermana, ya que consideré inevitable tratar de conversar con ella, aunque sus deberes le exigieran que no nos relacionáramos, ni siquiera de aquella manera indirecta. No olvidaba los lazos que nos unían y me parecía inhumano y hasta monstruoso que no pudiera responderme o que no lo hiciera.
Le aclaraba que no me había ido por gusana, ni nada que estuviera en contra de lo de ella. Solo había escogido una senda que por lo menos me apartaba de la mala fama que tenía.
Una vez traté de enmendarme con un militar y amigo de mi cuñado, allá en Cuba, y nada más que supo mi pasado, me echó a un lado como a una leprosa. Y lo supo por mi cuñado y por la propia Hermana que consideraron que debían ser leales con él, con la causa, los principios que tenían, y que de todas maneras se iba a enterar pronto de con quién se había empatado sin investigar antes.
Por poco me muero de aquel legrado a sangre fría que me hicieron casi a los tres meses y del que se enteró mi familia después que pasó mi gravedad. Ni yo misma estaba muy segura de que estuviera en estado de Isidro, aunque lo intuía con bastante exactitud. Y como yo a veces me desaparecía una semana, quince días...Era normal!.
Me ilusioné de verdad con el tenientico castaño, de ojos verdes y dulce como la miel; pero si lo veían conmigo en la Arboleda, en la Casa Central de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, como planeó, para bailar, comer, divertirnos... y tener acceso a ciertos privilegios, lo degradaban.
El tenía su novia para casarse, una chiquita de trece años, muy decentica ella, con la que rompía los bastidores del catre en casa de su suegra, pero yo era un desastre, mi canapé era vergonzoso, y ni él mismo era consciente de eso al principio. Era tan puro, tan inocente dentro de su codicia sexual. No le dije nada ni a él y ni siquiera a Hermana. Tampoco tuve mucho tiempo, él trabajaba en La Habana. Dejamos de vernos, no nos buscamos ninguno de los dos, y yo seguí en mi ambiente, con mis iguales y o mis peores. Yo sabía que "los habichuelas", como los llamaba Hermana, son los más machistas que hay: " arañan todo lo que pueden, pero no se dejan arañar "ni con el pétalo de una flor". Así matamos nuestro Pionero!.
Mis tatuajes me seguían acomplejando, tenía que tratar de que no me los vieran, o de operármelos, pero no sabía cómo?. De todos modos los peores eran los del alma, el corazón , la mente. Quién qué podría borrar esas huellas?. Con qué plancharlas, sobre todo dentro de Cuba?.
El Jefe de la Policía Regional le dijo a Hermana que ya yo " había llegado a un grado de degeneración humana que ni Makarenko, si resucitaba, podía salvarme", así es que ella pedagoga-diosa- fracasada ( se autonombró después), cuando la botaron para siempre del sacrosanto Ministerio de Educación ( que era como el de la Verdad ) menos.
Hermana siempre confió en cambio en que mi conducta trastornada se podia reformar con un poco de Amor, si me ayudaban. Pero todos tenían que poner de su parte, no solo yo a la que veían como la infectada. Era más fácil deshacerse de jóvenes como yo, que ayudar a cambiar nuestros conceptos y actitudes.
El diálogo de Hermana con el Gendarme fue un intento vano de echarle perlas a un cerdo o darle flores a un caballo. Entendió sus pedagógicos y filiares criterios como un reto a su autoridad totalitaria y no como un llamado a la cordura. En realidad Hermana también tenía sus traumas, trastornos y contradicciones que se agudizarían con los leñazos de la vida. Pero todavía ella solo dudaba y de un modo muy inconsciente y podía ser relativamente tolerada. Aunque por poco la encierran ese mismo día!.
Algo similar le ocurrió a Hermana con los jueces y fiscales a los que se acercó para interceder por mi y mis amigos. Descubrió que varios eran unos corruptos y oportunistas, capaces de venderse o cambiarse por puercos y no por simples " platos de lentejas".
A pesar de tantas decepciones, frustraciones y errores, sigo queriendo mi tierra. De haberme quedado allá, mi vida hubiera seguido encerrada en el mismo cochino círculo vicioso, quisiera o no. Por eso no me arrepiento de mi elección. Fui muy objetiva y sensata esta vez, le argumentaba a Hermana.
Reconocía la corrupción, el mal asombroso que hay en Miami, más le explicaba que el que se apartara y nada tuviera que ver con eso, nadie lo molestaría.
Yo y Roberto criábamos tranquilamente a nuestros hijos, salíamos cuando queríamos y para donde queríamos, sin aquellas viejas preocupaciones de la aldea natal, sin el qué dirán? y los prejuicios contra el diferente.
El niño, mi querido Machy, estaba contento y feliz. No ignoraba la incertidumbre de nuestro futuro, pues no era adivina, pero lucharía todo lo necesario para que fuera lo más brillante posible. Eramos unos principiantes en este novísimo mundo y era natural que no viviéramos como ricos, pero estaba segura de que oportunidades existían para abrirnos paso y no muy tarde. Eso pensaba y escribía.
Sin entrar en réplicas le aclaraba que aquello era completamente diferente a como trataban de pintarlo y desfigurarlo en Cuba. Aún no había visto ninguna escena de esos tristes casos de los que se hablaba allá. Mis hijos no tendrían que reprocharme nada. En fín de cuentas "Paraíso por Paraíso, todos son muy parecidos"- le aseguraba a Hermana. "Y el destino de cada cual se forja con cariño y dedicación, lo demás no lo des por contado".
Francamente los extrañaba mucho a todos y si no fuera por la maldita distancia que nos seguía separando, podría decir sin rodeos que era una mujer extremadamente feliz.
Enviaba besos a mis sobrinos y pedía que me hablaran de ellos y les recordaran que tenían una tía un poquito lejos, pero que los adoraba con todos sus sentimientos y el corazón.
Quería que Hermana me contara sobre sus problemas con mi cuñado, el guardia,, y le aconsejaba como una vieja, que no se volviera loca, que esta vida es una cabrona....Y besos y abrazos para todos mis queridos y hasta Machy se los mandaba y me decía tía en vez de Mamá desde que salí de Pinar. Era tía para acá y tía para allá, nos confundía. Pobrecito!. No me decía Mamá ni muerto!.
Le recalcaba mi Amor y casi le imploraba a Hermana que me contestara pronto; todo infructuosamente. Por lo menos fue así durante doce años.
Enviaba recuerdos a todos los delincuentes, borrachos, prostitutas, antisociales, desclasados, marginados...del barrio y del pueblo; a toda "la escoria patriota" que se quedó en casa, pese a las presiones, a Mireya Batallón que se dio candela cuando le quitaron el cuartico que construyó de cartones y zinc en el improvisado barrio El cartucho, pero que quedó viva para hacer el cuento, toda desfigurada. Después hasta la ayudaron a hacerse una casa más decente para ella y su pequeño hijo Enoccito, al que el padre nunca había atendido ni le había pasado la manutención o pensión alimenticia simbólica, que no daba ni para una semana del mes.
Recordaba a los viejos Leno, Ariel, Garlos...y los demás, los prostíbulos disimulados también en la Calle Maceo. Desde que Hermana los denunció, empezaron a tomarla por loca, no les convenía aceptar la verdad de que las rameras quizás disminuyeron al hacerse ilícitas, pero nunca desaparecieron, como el hambre. Se ufanaban con que era "una lacra del pasado superada" ( aniquilada). Qué absurdo y qué falso!. Algunos de estos viejos eran chulos y alquilaban sus cuartos. No todos, claro, pero algunos sí lo hacían.
En uno de esos antros sucios se crió Enoccito, el hijo de Mireya, por lo menos hasta los cinco años, en que su madre decidió construir, y luego hacer algo transcendental jugándose el todo por el todo por su hijo.
Después el niño fue milagrosamente casi un prodigio en todos los aspectos. Mireya no tuvo nunca quejas de él; y aunque era casi un monstruo, producto de las quemaduras, tuvo una madurez relativamente estable y gozosa, según le contó ella misma a Hermana en el tren que iba para Guane, una vez que se reencontraron.