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Monday, August 24, 2009

Oremos unos por otros:


6 La Biblia también nos exhorta a que oremos “unos por otros”, aunque no siempre veamos de inmediato una respuesta clara a nuestras oraciones (Sant. 5:16). Por ejemplo, Epafras, “un fiel ministro del Cristo”, oró insistentemente por sus hermanos en la fe. Pablo escribió lo siguiente desde Roma: “Epafras, que es de entre ustedes [colosenses], esclavo de Cristo Jesús, les envía sus saludos, y siempre está esforzándose a favor de ustedes en sus oraciones, para que al fin estén de pie completos y con firme convicción en toda la voluntad de Dios. Yo verdaderamente doy testimonio de él, que se empeña mucho a favor de ustedes y de los que están en Laodicea y de los que están en Hierápolis” (Col. 1:7; 4:12, 13).
7 Las ciudades de Hierápolis, Laodicea y Colosas se ubicaban en la misma región de Asia Menor. En Hierápolis, los cristianos vivían entre adoradores de la diosa Cibeles. En Laodicea, el problema era el materialismo. Y en Colosas, el peligro lo constituían las filosofías humanas (Col. 2:8). No es de extrañar, pues, que Epafras —quien era colosense— se preocupara por orar a favor de los hermanos de su ciudad. Él siempre oraba por ellos, aunque la Biblia no dice cómo se contestaron sus oraciones. También nosotros debemos orar constantemente por nuestros hermanos. Aunque no nos entrometemos en asuntos ajenos, es probable que sepamos de familiares o amigos que estén pasando por una prueba difícil (1 Ped. 4:15). Una buena manera de ayudarlos es pedir por ellos en nuestras oraciones. A Pablo le hicieron mucho bien las oraciones de sus hermanos, y las nuestras pueden tener el mismo efecto en los demás (2 Cor. 1:10, 11).
8 ¿Se nos conoce como personas que valoran la oración? Cuando Pablo se reunió con los ancianos de Éfeso, “se arrodilló con todos ellos y oró”. Luego “prorrumpió gran llanto entre todos ellos, y se echaron sobre el cuello de Pablo y lo besaron tiernamente, porque especialmente les causaba dolor la palabra que había hablado en el sentido de que no iban a contemplar más su rostro” (Hech. 20:36-38). Ignoramos los nombres de aquellos ancianos; lo que sí sabemos es que se trataba de hombres que valoraban la oración. Nosotros también debemos considerar un honor orar a Dios. Sigamos siendo leales, “alzando [nuestras] manos”, seguros de que nuestro Padre celestial nos contestará (1 Tim. 2:8).

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