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Saturday, November 29, 2014

Novela de Ficción "La Violación". Parte 4 Yo, Berta.

VIII- En 1981 escribí a mi hermano Raciel aconsejándolo para que no estropeara su hermosa vida. Lo prevenía del abatimiento y las confusiones y le pedía que acudiera a Hermana para que no se perdiera como yo. Ella podría ayudarlo y aconsejarlo mucho, pues ya se inclinaba al alcohol, el cigarro, las mujeres, las broncas y pleitos de barrio y hasta lo habían acusado injustamente de robarse una bicicleta. Debía obedecer a Hermana y a Mami porque eran más experimentadas y juiciosas y tenían más luz larga.Sería provechoso que fuera franco y leal con ellas. Cu  ando uno tiene poca edad es poco comunicativo, pero más tarde comprende que quienes nos quieren bien, Deben conocernos a fondo.
Nuestra madre Fermina se sentía muy triste y hasta sola, sobre todo después de la muerte de nuestro hermano Leonel y de mi partida a Estados Unidos. No consideraba que la hubiera abandonado a su suerte, pero no era fácil para ella ni para ninguno de los más íntimos.
Le pedía a Raciel que la hiciera sonreir lo más que pudiera y que le diera la felicidad que nosotros no le supimos dar por los errores que cometimos en nuestras vidas absurdas y estúpidas.
Hermana no le había dado disgustos graves, pero ya era madre, esposa, trabajaba mucho, estudiaba y estaba llena de diversas responsabilidades a las que se consagraba por entero con gran fe y pasión. Una vez llegó a tener como cuatro cargos solamente en el Comité de Defensa de la Revolución porque nadie las quería asumir.Vivían cerca, pero eran muy diferentes, no se comunicaban bien desde la adolescencia. Hermana era muy independiente y a veces intolerante, como casi todos nuestros ancestros y sus descendientes. Y la convivencia cada día era más difícil, se soportaba si acaso al marido, a los hijos chiquitos, hasta que obedecieran. Porque la humildad era cada vez más escasa en nuestro Programa Genético, en nuestra Tierra y finalmente en todo el Universo.Cada uno tenía sus arrastres, sus cruces, sus desastres.
Tanta gente junta era un problema. Además la casa era pequeña, estrecha, destartalada, despintada. El hacinamiento, las cucarachas, los ratones y la falta de confort se unían a los caracteres difíciles.Hermana hizo sus intentos por la reconciliación filial, pero todo andaba mejor a distancia, por lo que cargó sus cachibaches otra vez para la vega en el carro de caballo de Eufemio y pidió Licencia sin Sueldo hasta que apareció el Círculo Infantil para que le cuidaran los hijos. Antes Hermana soltó la lengua en el portal y mandó a Mami una cartica bien fea en la que se sacó del pecho todo el enojo que acumulaba desde los doce años. Hasta de la muerte de Leonel la culpó clavándole una gran puñalada en el pecho.Hermana podía incendiar bosques con sus verdades. Y ya las cosas no fueron iguales nunca más.
El Rancho se llenaba de ranchitos o cuarticos clandestinos y Hermana acabó viviendo en uno también bastante insalubre, la iban a desalojar y todo, porque estaba pegado a la alcantarilla, pero con donaciones voluntarias de sangre, guardias desarmada a las cuadras hasta las dos de la madrugada en la bodega de Alipio  y otras fidelidades más, aplacó la ocasional campaña sanitaria y hasta le vendieron a precios módicos unos ladrillos, unas fibras de techo y unos sacos de cemento para mejorar la fachada de su morada favélica.
Mami siempre repetía "El que se casa, casa quiere". Así fue su madre, sus tíos y tías, sus abuelos y abuelas...Desde adolescentes se fugaban todos de sus casas maternas con cualquier pretexto para respirar libertad. La mayoría eran de temperamentos coléricos, de personalidades rebeldes y querulantes. Se querían, pero les costaba mucho trabajo armonizarse, máxime con tantas escaseces y limitaciones materiales y sin una contención cristiana y una estructura ideológica común.Todos veníamos con "la marca de la bestia".
Así los que no nos marchamos del Palacio de Familia a delinquir y hasta a morir, se fueron al Servicio Militar, a las becas, los albergues, al bosque social. En realidad eso se fue generalizando a la fuerza en la Isla. La colectividad fue disolviendo, disociando el tronco común, original, que no daba o no podía dar la cobija, la protección, la seguridad, la comprensión añorada, necesaria.
En los momentos de hospitales, paritorios, enfermedades, velorios, cementerios...se fundían de algún modo, pero la institución familiar estaba socavada como la sociedad misma, y eso lo heredarían también las familias creadas por nosotros mismos, los que lo veíamos tan mal.
Era toda una cadena de pleitos, litigios, conflictos, irrespetos, agresividad, cuchillos amolados, vasos rotos en el rostro de la madre....Después al padrastro lo aceptamos porque no nos quedó más remedio, compró la mitad de nuestra casa a nuestro padre que con el dinero recibido se construyó él mismo el cuartico de tabla costanera, papel de techo y cartón propio.Así su rival dejó de hablar con mi madre por la cerca, y se acabó la violencia doméstica física, directa, aguda. Disimulábamos lo mejor que podíamos el rechazo al extraño y la lástima a nuestro padre, cada vez más solo, loco, alcohólico, jugador...
Aceptábamos a nuestro padrastro entre comillas, entre dientes, sin un auténtico amor común. Nuestras filosofías, religiones, ideologías, psicologías...tampoco eran comunes.Eso generaba tensiones, malestares, inestabilidad, desequilibrio, ansiedad, falta de autodominio, impaciencia....Nos alejaba de todos los frutos del espíritu en general. La casa nos resultaba desagradable, aburrida, tensa....a hijos y a nietos.
Los adultos lo achacaban a que nos gustaba la vida mundana, desordenada, disoluta, relajada, festinada. Y en parte era verdad. Pero faltaba en nuestro hogar sobre todo la alegría, la paz, el gozo de vivir, el amor, la felicidad. Por eso nos descarriamos antes o después; nos faltaba un asidero espiritual sólido.Las creencias eran eclécticas y contradictorias.Decían una cosa y hacían otra. Nuestro padrastro, por ejemplo, era santero, palero, brujero, curandero, revolucionario...Hacía todos los micronegocios que podía para sobrevivir, aunque eran ilegales y supuestamente inmorales: daba lija a las ollas arroceras eléctricas, vendía cigarros, jabón, detergente, paleticas, coquitos..., sin tener Licencia para nada de eso y siendo el Presidente en la cuadra. Eso nos dañaba psicológica y moralmente.
En mi carta le sugería a mi hermano que luchara, enfrentara la vida con optimism, aunque yo misma fuera tremenda pesimista. Le decía que no torciera el camino jamás. Se sentiría satisfecho, no tendría que reprocharse cosas malas a sí mismo, como yo. Ser malos no cuesta trabajo, en cambio el camino del bien está lleno de sacrificios, pero resulta al final maravilloso-le escribía.
Le hablaba de ese modo porque desgraciadamente mis pasos en falso me habían enseñado a distinguir ambos senderos. Lamentaba haber escarmentado en carne propia ciertas realidades. Lo alertaba de las junteras, las malas companías, la presión de grupo, los embullos, el falso concepto de la Amistad y la solidaridad. Le recordé mis experiencias en Kilo Cinco y Kilo Ocho.
Si no me hubiera aumentado la edad para estar a tono con mi grupo juvenil, tal vez me hubieran mandado a un Reformatorio de Menores, a un lugar menos putrefacto. Mi familia respetó aquella mala decision mía, casi suicida de mentir, y no buscó ni un abogado que me defendiera. Porque en realidad se estaban muriendo de hambre y no tenían visión, ni luz, ni cultura, ni dinero, ni cabeza...para impedir aquella monstruosidad. Mis amigos ya tenían 19, 18 años y yo solo 15. Pero por nada del mundo yo los hubiera traicionado. No me ha pesado nunca. Tengo mis principios. Andábamos mal, pero unidos "en las verdes y en las maduras".
Mas no quería que a mi hermano, a mi familia, a otros muchachos les pasara lo mismo que a mi. Entonces en Cuba no había ni Carnet de Identidad. Nadie me pidió la inscripción de nacimiento para juzgarme y condenarme. Era un tiempo de mucha barbarie burda.
De lo de ahora sé por cartas, por radio y por lo que me cuentan los que se han ido y regresado de allá, sobre todo sé por Roberto, el padre de mis hijos. Es espantoso también lo de ahora!.
Le hablaba entonces a mi hermano como una vieja sabia y ejemplar, pero sin sermones, para no caerle mal. Los jóvenes no soportan eso porque saben que nosotros también pecamos y hasta seguimos pecando de algún modo.
Mi tristeza me llevaba a tratar de comunicarme con mi joven e inexperto hermano y con todos los ausentes más queridos.
Hermana siguió sin escribirme enfrascada en su religión política, las cartas se perdían, y cada vez escribí menos yo misma, hasta que dejé de escribir a todos y hasta de llamar y enviar "ayudas" o "auxilios" modestos. Empecé a concentrarme más en mis hijos y en mi misma.