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Sunday, September 06, 2009

Sabiduría y Apacibilidad:


“¿Quién es sabio y entendido entre ustedes?”
“¿Quién es sabio y entendido entre ustedes? Que muestre por su conducta excelente sus obras con una apacibilidad que pertenece a la sabiduría.” (SANT. 3:13.)
SI SE le pidiera que mencionara a alguien muy sabio, ¿quién le vendría a la mente? ¿Su padre? ¿Su madre? ¿Una persona de edad avanzada? ¿Un profesor universitario? En el concepto que uno tenga de la sabiduría pueden influir factores como la crianza y las circunstancias. Sin embargo, lo que más nos importa a los siervos de Jehová es lo que él piensa al respecto.
2 No todo aquel a quien el mundo considera sabio lo es realmente a los ojos de Dios. Por ejemplo, Job habló con unos hombres que creían tener esa cualidad y llegó a la siguiente conclusión: “[Yo] no hallo a ningún sabio entre ustedes” (Job 17:10). El apóstol Pablo, por su parte, escribió sobre algunos hombres que rechazaban el conocimiento de Dios: “Aunque afirmaban que eran sabios, se hicieron necios” (Rom. 1:22). Y el propio Jehová dijo mediante el profeta Isaías: “¡Ay de los que son sabios a sus propios ojos [...]!” (Isa. 5:21).
3 Como vemos, es necesario averiguar lo que se requiere para ser verdaderamente sabios y, como resultado, recibir el favor divino. Proverbios 9:10 señala: “El temor de Jehová es el comienzo de la sabiduría, y el conocimiento del Santísimo es lo que el entendimiento es”. La persona sabia debe tener un temor sano de Dios y respetar sus leyes. Y esto implica más que simplemente reconocer que Dios existe y que ha establecido normas. El discípulo Santiago nos hace reflexionar en este asunto (léase Santiago 3:13). Fijémonos en la expresión: “Que muestre por su conducta excelente sus obras”. Así es, la verdadera sabiduría debe reflejarse en todo lo que hacemos y decimos.
4 Para ser sabios de verdad, hemos de tener buen juicio y utilizar el conocimiento y la facultad del entendimiento de la mejor manera. ¿Cómo demostramos con nuestras obras que poseemos tal sabiduría? Santiago enumera una serie de características que manifiestan quienes son sabios. ¿Cómo nos ayuda lo que él dijo a tener buenas relaciones con nuestros hermanos y con otras personas?
Nuestra conducta revela si somos sabios de verdad
5 Como hemos visto, Santiago relaciona la sabiduría con la conducta excelente. Como el temor de Jehová es el principio de la sabiduría, la persona sabia se esfuerza por comportarse de acuerdo con las normas y principios divinos. Ninguno de nosotros ha nacido siendo sabio, pero podemos llegar a serlo si estudiamos la Biblia con constancia y meditamos en ella. El estudio y la meditación nos ayudan a seguir la exhortación de Efesios 5:1: “Háganse imitadores de Dios”. Y cuanto mejor imitamos a Jehová, más sabiamente nos comportamos, porque sus caminos son muy superiores a los nuestros (Isa. 55:8, 9). Además, cuando lo imitamos, quienes no forman parte de la congregación ven que somos diferentes.
6 Santiago indica que una de las formas de imitar a Jehová es manifestando “una apacibilidad que pertenece a la sabiduría”. La persona apacible es mansa, aunque eso no impide que sea firme cuando la situación lo requiere. Jehová, pese a su poder ilimitado, es apacible, y por eso no nos da miedo acercarnos a él. El Hijo de Dios imitó a la perfección esta cualidad de su Padre, así que pudo decir: “Vengan a mí, todos los que se afanan y están cargados, y yo los refrescaré. Tomen sobre sí mi yugo y aprendan de mí, porque soy de genio apacible y humilde de corazón, y hallarán refrigerio para sus almas” (Mat. 11:28, 29; Fili. 2:5-8).
7 La Biblia nos habla de otras personas que se destacaron por su carácter apacible o manso, por ejemplo, Moisés. Pese a la gran responsabilidad que tenía, se dice que él “era con mucho el más manso de todos los hombres que había sobre la superficie del suelo” (Núm. 11:29; 12:3). Y recordemos que Jehová le dio fuerzas para que llevara a cabo su voluntad. A Jehová le complace utilizar a personas apacibles para cumplir su propósito.
8 Es obvio, pues, que a los seres humanos imperfectos sí nos es posible manifestar la “apacibilidad que pertenece a la sabiduría”. Pero ¿cómo podemos demostrarla a mayor grado? La apacibilidad forma parte del fruto del espíritu santo de Jehová (Gál. 5:22, 23). Por lo tanto, pidámosle a Jehová que nos dé su espíritu y esforcémonos por manifestar su fruto. Podemos tener la seguridad de que él nos ayudará a ser más apacibles. El salmista nos da una razón poderosa para manifestar esta cualidad cuando garantiza que Dios “enseñará a los mansos Su camino” (Sal. 25:9).
9 No obstante, tal vez nos cueste mucho trabajo mejorar en este aspecto. Quizás la crianza que recibimos nos dificulte comportarnos de manera apacible. Puede incluso que la gente que nos rodea nos incite a hacer todo lo contrario diciéndonos que el fuego se combate con fuego. Pero ¿es esta una actitud sabia? Si de repente algo empezara a arder en su casa, ¿con qué trataría de apagar el fuego: con algún tipo de combustible, o con agua? Con el combustible solo lograría avivar el fuego, mientras que con el agua seguramente conseguiría extinguirlo. Por eso la Biblia dice: “La respuesta, cuando es apacible, aparta la furia, pero la palabra que causa dolor hace subir la cólera” (Pro. 15:1, 18). Así pues, la próxima vez que un hermano o cualquier otra persona nos irrite, reaccionemos con apacibilidad, y así demostraremos que somos verdaderamente sabios (2 Tim. 2:24).
10 Como ya se ha mencionado, la gente que está influenciada por el espíritu del mundo es todo menos amable, mansa y pacífica. Por eso el cristiano encuentra tantas personas rudas y arrogantes alrededor suyo. Consciente de este hecho, Santiago dio advertencias a los hermanos para que no se dejaran corromper por dicho espíritu. ¿Qué más aprendemos de sus palabras?
Características de quienes no son sabios
11 Santiago habló con mucha franqueza sobre las características que son totalmente opuestas a la sabiduría verdadera (léase Santiago 3:14). Los “celos” y el “espíritu de contradicción” (“espíritu de discordia”, Torres Amat) son actitudes carnales, no espirituales. Veamos un ejemplo de lo que ocurre cuando dominan esas actitudes. En Jerusalén se encuentra la Iglesia del Santo Sepulcro, construida sobre una extensión de terreno que comprende los lugares donde supuestamente se ejecutó y enterró a Jesús. Pues bien, hay seis grupos llamados cristianos que se reparten el control de dicha iglesia, y la relación entre ellos ha estado siempre marcada por las disputas. En el año 2006, la revista Time mencionó que un tiempo atrás se había producido un incidente en el que los monjes estuvieron “peleándose durante horas [...] y llegaron a golpearse mutuamente con enormes candelabros”. Tanto desconfían los unos de los otros que han encomendado la llave de la iglesia a un musulmán.
12 En la verdadera congregación cristiana jamás deberían producirse tales manifestaciones extremas del espíritu de discordia. Sin embargo, a veces la imperfección hace que algunos hermanos defiendan tercamente sus opiniones personales, lo que puede provocar algunas disputas. El apóstol Pablo observó que en la congregación corintia del siglo primero existía ese problema, de modo que escribió a los hermanos: “Mientras haya entre ustedes celos y contiendas, ¿no son ustedes carnales, y no están andando como andan los hombres?” (1 Cor. 3:3). Esa lamentable situación persistió por algún tiempo en aquella congregación. Los cristianos de la actualidad debemos estar siempre en guardia para que tal espíritu no se infiltre en nuestras congregaciones.
13 Ese espíritu de discordia pudiera ir introduciéndose en la congregación con cosas que parezcan de poca importancia. Por ejemplo, cuando se construye un Salón del Reino, a veces surgen diferencias de opinión sobre la forma de hacer las cosas. Quizás un hermano se moleste porque no se acepta su sugerencia y se ponga a discutir o a criticar abiertamente las decisiones que se han tomado. Puede que incluso se niegue a seguir colaborando en la construcción. Quien actúa de ese modo olvida que para que un trabajo de la congregación salga bien, lo más importante no es utilizar un método en particular, sino que haya paz entre los hermanos. Jehová bendice el espíritu apacible, y no el de discordia (1 Tim. 6:4, 5).
14 Pensemos en otro ejemplo. En una congregación hay un hermano que es anciano desde hace bastantes años, pero los demás ancianos ven claramente que ya no reúne los requisitos bíblicos. Cuando los visita el superintendente de circuito, este observa que el hermano recibió consejos en el pasado pero no ha mejorado, de modo que también recomienda que sea dado de baja como anciano. ¿Cómo reaccionará el hermano? ¿Aceptará la decisión unánime y los consejos bíblicos de los demás ancianos con un espíritu humilde y apacible? ¿Se esforzará por reunir de nuevo los requisitos para ser superintendente? ¿O, por el contrario, se resentirá por haber perdido el privilegio y sentirá celos de los otros ancianos? ¿Por qué habría de insistir en que reúne los requisitos si todos los demás ancianos han llegado a la conclusión de que no es así? Sin duda sería mucho más sabio de su parte actuar con humildad y aceptar la decisión y los consejos de los ancianos.
15 Estas no son las únicas situaciones en las que podrían manifestarse los celos y el espíritu de discordia, de modo que siempre hay que esforzarse por evitar esas características (léase Santiago 3:15, 16). El discípulo Santiago las llamó ‘terrenales’ porque son carnales y no reflejan ninguna espiritualidad. También las calificó de ‘animales’, pues son el resultado de tendencias carnales y se parecen a las características de las criaturas irracionales. Y por último dijo que eran ‘demoníacas’ porque reflejan las actitudes de los espíritus malignos. Está claro que el cristiano jamás debe manifestar tales características.
16 Todos los miembros de la congregación deberíamos analizar nuestra propia conducta y esforzarnos por eliminar esas actitudes negativas. Y en particular deben hacerlo los superintendentes, como maestros de la congregación que son. Sin embargo, hay que reconocer que no es nada fácil eliminarlas; nuestra imperfección y la influencia del mundo nos lo dificultan. Es como si estuviéramos tratando de subir una cuesta cubierta de lodo y resbaladiza. Sin algo a lo que agarrarnos, seguramente nos caeríamos. Pues bien, los siervos de Dios nos sujetamos, por decirlo así, a los consejos de la Biblia y contamos además con la ayuda de la hermandad mundial; por eso podemos seguir adelante (Sal. 73:23, 24).
Cualidades que los sabios procuran demostrar
17 Léase Santiago 3:17. Hablemos ahora de algunas de las cualidades que son resultado de “la sabiduría de arriba”. Una de ellas es la castidad. La castidad es una virtud que implica pureza, tanto en las acciones como en los motivos. Por lo tanto, se espera que los cristianos rechacemos todo lo malo de inmediato, que esa sea nuestra reacción automática. Cuando el médico nos golpea con un martillito el tendón que tenemos justo bajo la rodilla, la pierna se extiende al instante de forma automática. Es un acto reflejo; no nos ponemos a pensar si vamos a realizarlo o no. De igual modo, cuando se presentan tentaciones, el cristiano que tiene el corazón puro y la conciencia educada por la Biblia rechaza automáticamente lo malo (Rom. 12:9). En las Escrituras encontramos ejemplos de personas que reaccionaron de tal modo, como José —el hijo de Jacob— y Jesús (Gén. 39:7-9; Mat. 4:8-10).
18 “La sabiduría de arriba” también nos mueve a ser personas pacíficas, es decir, a evitar las actitudes agresivas y las acciones que perturban la paz. Santiago añade al respecto: “En cuanto al fruto de la justicia, su semilla se siembra en condiciones pacíficas para los que están haciendo la paz” (Sant. 3:18). Fijémonos en la expresión “los que están haciendo la paz”. ¿Somos conocidos en la congregación como personas que promueven la paz o, más bien, que la perturban? ¿Discutimos con frecuencia y ofendemos a los demás? ¿Nos molestamos por cualquier cosa? ¿Insistimos en que se nos acepte como somos, o nos esforzamos humildemente por eliminar rasgos de nuestra personalidad que molestan, y con razón, a otras personas? ¿Tenemos fama de que hacemos lo posible por promover la paz y de que enseguida perdonamos y olvidamos los errores ajenos? Si nos hacemos un autoexamen sincero, tal vez descubramos que debemos mejorar en esta manifestación de “la sabiduría de arriba”.
19 Santiago dijo que “la sabiduría de arriba” también se refleja en un carácter razonable. ¿Se nos conoce por nuestra disposición a ceder cuando no hay principios bíblicos en juego y por no insistir en que se hagan las cosas a nuestra manera? ¿Se nos considera personas agradables y accesibles? Todo eso es una indicación de que hemos aprendido a ser razonables.
20 Si todos nos esforzamos por demostrar a mayor grado las cualidades que Santiago mencionó, reinará la armonía en la congregación (Sal. 133:1-3). En efecto, cuando somos apacibles, pacíficos y razonables, mejoran las relaciones entre nosotros. Además, demostramos que tenemos “la sabiduría de arriba”. Pero hay otro factor que nos ayuda a cultivar tales cualidades: ver a los demás como los ve Jehová. En el siguiente artículo se tratará ese tema.
[Nota]
El contexto indica que Santiago estaba pensando principalmente en los ancianos o “maestros” de la congregación (Sant. 3:1). Y aunque es cierto que ellos en particular deben esforzarse por manifestar sabiduría, todos los cristianos podemos aprender de las palabras de Santiago.
¿Qué contestaría?
• ¿Qué nos hace verdaderamente sabios?
• ¿Cómo podemos demostrar “la sabiduría de arriba” a mayor grado?
• ¿Qué características manifiestan quienes no tienen “la sabiduría de arriba”?
• ¿Qué cualidades está usted resuelto a seguir cultivando?
[Preguntas del estudio]
1, 2. ¿Qué puede decirse de muchas personas a las que se considera sabias?
3, 4. ¿Qué necesitamos para ser sabios de verdad?
5. ¿Cómo se comporta la persona verdaderamente sabia?
6. ¿Por qué es la apacibilidad una prueba de que imitamos a Dios, y cómo es la persona apacible?
7. ¿Por qué es Moisés un buen ejemplo de apacibilidad?
8. ¿Cómo podemos los humanos imperfectos manifestar la “apacibilidad que pertenece a la sabiduría”?
9, 10. ¿Por qué nos cuesta trabajo ser apacibles?
11. ¿Qué características son opuestas a la sabiduría verdadera?
12. ¿Qué puede ocurrir cuando no se manifiesta verdadera sabiduría?
13, 14. Mencione algunas situaciones en las que podría demostrarse un espíritu carnal.
15. ¿Por qué cree usted que debemos tomar muy en serio las palabras inspiradas de Santiago 3:15, 16?
16. ¿Qué deberíamos hacer todos, y cómo podemos lograrlo?
17. ¿Cómo reaccionan los sabios ante las tentaciones?
18. ¿Cómo demostramos a) que somos pacíficos? b) que promovemos la paz?
19. ¿Qué tenemos que hacer para que se nos considere personas razonables?
20. ¿Cuál es el resultado de manifestar las cualidades que analizamos en este artículo?
[Ilustración de la página 23]
¿Cómo pudiera infiltrarse el espíritu de discordia entre los hermanos?
[Ilustración de la página 24]
¿Rechazamos lo malo de forma automática?.

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