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Wednesday, September 16, 2009

Presente siempre Jehová:


Tengamos siempre presente a Jehová
“He puesto a Jehová enfrente de mí constantemente.” (SAL. 16:8.)
LAS Escrituras registran de manera extraordinaria la relación de Dios con la humanidad. En ellas se menciona a muchas personas que participaron en el cumplimiento del propósito divino. Por supuesto, sus historias no se incluyeron en la Biblia tan solo para entretenernos, sino para acercarnos más a Dios (Sant. 4:8).
2 Todos tenemos mucho que aprender de los personajes más conocidos de la Biblia, como Abrahán, Sara, Moisés, Rut, David, Ester y el apóstol Pablo. No obstante, hay otros personajes menos conocidos de los que también podemos aprender mucho. Si meditamos en lo que la Biblia relata sobre ellos, nos sentiremos impulsados a imitar al salmista, quien dijo: “He puesto a Jehová enfrente de mí constantemente. Porque él está a mi diestra, no se me hará tambalear” (Sal. 16:8). Ahora bien, ¿cómo hemos de entender estas palabras?
3 En el campo de batalla, el soldado por lo general portaba la espada con la mano derecha y el escudo con la izquierda, de modo que dejaba descubierta la diestra, o costado derecho. Pero si un compañero le cubría ese lado, quedaba protegido. De la misma manera nos protegerá Jehová si lo tomamos en cuenta y le obedecemos. A continuación veremos algunos relatos bíblicos que fortalecerán nuestra fe y nos ayudarán a tener “a Jehová enfrente de [nosotros] constantemente”, es decir, a tenerlo “siempre presente” (Levoratti-Trusso).
Jehová contesta nuestras oraciones
4 Si tenemos siempre presente a Jehová, él contestará nuestras oraciones (Sal. 65:2; 66:19). Una prueba de ello es el caso del siervo de mayor edad de Abrahán, quien seguramente era Eliezer. Este hombre viajó a Mesopotamia por orden de su amo en busca de una esposa para Isaac, una mujer que sirviera a Jehová. Acudió a Dios, le pidió ayuda y, al ver que Rebeca se ofrecía para dar de beber a sus camellos, supo reconocer la respuesta divina. Debido a que era un hombre de oración, encontró a la que llegaría a ser la amada esposa de Isaac (Gén. 24:12-14, 67). Aunque no estemos en una misión especial, como lo estuvo el siervo de Abrahán, ¿no deberíamos tener esa misma confianza en que Jehová contestará nuestras oraciones?
5 A veces las circunstancias nos obligarán a ser breves al orar. En una ocasión, el rey persa Artajerjes quiso saber por qué su copero, Nehemías, estaba triste. En el curso de la conversación, le preguntó: “¿Qué es esto que tratas de conseguir?”. Ante eso, Nehemías oró “al instante [...] al Dios de los cielos”. Su oración tuvo que ser corta y en silencio, pero Jehová la contestó. Nehemías recibió el respaldo del rey para reconstruir las murallas de Jerusalén (léase Nehemías 2:1-8). Como vemos, hasta las oraciones breves hechas en silencio dan resultados.
6 La Biblia también nos exhorta a que oremos “unos por otros”, aunque no siempre veamos de inmediato una respuesta clara a nuestras oraciones (Sant. 5:16). Por ejemplo, Epafras, “un fiel ministro del Cristo”, oró insistentemente por sus hermanos en la fe. Pablo escribió lo siguiente desde Roma: “Epafras, que es de entre ustedes [colosenses], esclavo de Cristo Jesús, les envía sus saludos, y siempre está esforzándose a favor de ustedes en sus oraciones, para que al fin estén de pie completos y con firme convicción en toda la voluntad de Dios. Yo verdaderamente doy testimonio de él, que se empeña mucho a favor de ustedes y de los que están en Laodicea y de los que están en Hierápolis” (Col. 1:7; 4:12, 13).
7 Las ciudades de Hierápolis, Laodicea y Colosas se ubicaban en la misma región de Asia Menor. En Hierápolis, los cristianos vivían entre adoradores de la diosa Cibeles. En Laodicea, el problema era el materialismo. Y en Colosas, el peligro lo constituían las filosofías humanas (Col. 2:8). No es de extrañar, pues, que Epafras —quien era colosense— se preocupara por orar a favor de los hermanos de su ciudad. Él siempre oraba por ellos, aunque la Biblia no dice cómo se contestaron sus oraciones. También nosotros debemos orar constantemente por nuestros hermanos. Aunque no nos entrometemos en asuntos ajenos, es probable que sepamos de familiares o amigos que estén pasando por una prueba difícil (1 Ped. 4:15). Una buena manera de ayudarlos es pedir por ellos en nuestras oraciones. A Pablo le hicieron mucho bien las oraciones de sus hermanos, y las nuestras pueden tener el mismo efecto en los demás (2 Cor. 1:10, 11).
8 ¿Se nos conoce como personas que valoran la oración? Cuando Pablo se reunió con los ancianos de Éfeso, “se arrodilló con todos ellos y oró”. Luego “prorrumpió gran llanto entre todos ellos, y se echaron sobre el cuello de Pablo y lo besaron tiernamente, porque especialmente les causaba dolor la palabra que había hablado en el sentido de que no iban a contemplar más su rostro” (Hech. 20:36-38). Ignoramos los nombres de aquellos ancianos; lo que sí sabemos es que se trataba de hombres que valoraban la oración. Nosotros también debemos considerar un honor orar a Dios. Sigamos siendo leales, “alzando [nuestras] manos”, seguros de que nuestro Padre celestial nos contestará (1 Tim. 2:8).
Obedezcamos a Dios en todo
9 Si tenemos siempre presente a Jehová, le obedeceremos en todo y como resultado recibiremos abundantes bendiciones (Deu. 28:13; 1 Sam. 15:22). En efecto, debemos estar prestos a obedecer a Jehová. Pensemos en la actitud que demostraron las cinco hijas de Zelofehad, que vivieron en el tiempo de Moisés. La costumbre entre los israelitas era que la herencia familiar pasara a los hijos, y no a las hijas. Pero como Zelofehad murió sin hijos varones, Jehová ordenó que se entregara la herencia a sus hijas. Sin embargo, había una condición que respetar: debían casarse exclusivamente con hombres de la tribu de Manasés, de modo que la herencia no pasara a ninguna otra tribu (Núm. 27:1-8; 36:6-8).
10 Las hijas de Zelofehad estaban seguras de que las cosas saldrían bien si obedecían a Dios. La Biblia señala: “Tal como Jehová había mandado a Moisés, de esa manera lo hicieron las hijas de Zelofehad. Por consiguiente, Mahlá, Tirzá y Hoglá y Milcá y Noá, las hijas de Zelofehad, llegaron a ser las esposas de los hijos de los hermanos de su padre. Llegaron a ser esposas de algunos de las familias de los hijos de Manasés hijo de José, para que la herencia de ellas continuara junto con la tribu de la familia de su padre” (Núm. 36:10-12). Estas mujeres obedientes siguieron las órdenes de Jehová (Jos. 17:3, 4). Hoy día los cristianos solteros que son espirituales hacen lo mismo: confían en Dios y lo obedecen casándose “solo en el Señor” (1 Cor. 7:39).
11 También debemos imitar a Caleb, otro israelita que obedeció a Jehová en todo (Deu. 1:36). Después de que el pueblo de Israel fuera liberado de Egipto en el siglo XVI antes de nuestra era, Moisés envió a doce espías a Canaán. Pero solo dos de ellos, Josué y Caleb, instaron a la gente a confiar en Jehová y a entrar en aquella tierra (Núm. 14:6-9). Unos cuarenta años después, tanto Caleb como Josué —que fue elegido por Dios para guiar al pueblo a la Tierra Prometida— estaban aún con vida, siguiendo fielmente a Jehová. En cambio, todo parece indicar que los otros diez espías murieron durante los cuarenta años que Israel pasó vagando en el desierto (Núm. 14:31-34).
12 Como sobreviviente de aquella travesía, Caleb pudo afirmar delante de Josué: “Yo seguí plenamente a Jehová mi Dios” (léase Josué 14:6-9). A sus 85 años solicitó que se le permitiera ocupar la región montañosa que Jehová le había prometido, a pesar de que esta aún tenía grandes ciudades fortificadas que estaban habitadas por enemigos de Israel (Jos. 14:10-15).
13 Si “[seguimos] plenamente a Jehová”, él nos ayudará, tal como ayudó al fiel y obediente Caleb. Así es, si le obedecemos en todo, aun en medio de grandes dificultades, Jehová nos otorgará su favor. Ahora bien, seguir a Dios como lo hizo Caleb, a lo largo de toda una vida, no es nada fácil. Por ejemplo, el rey Salomón inició muy bien su reinado, pero cuando envejeció, sus esposas lo indujeron a adorar a deidades paganas, de modo que “no siguió de lleno a Jehová como David su padre” (1 Rey. 11:4-6). Por consiguiente, obedezcamos a Dios en todo y tengámoslo siempre presente, sin importar las dificultades que afrontemos.
Confiemos siempre en Jehová
14 Tenemos que confiar en Dios, sobre todo si el mañana parece tan sombrío que llegamos a deprimirnos. Pensemos en Noemí, quien se hallaba en Moab cuando la muerte le arrebató a su esposo y a sus dos hijos. Al volver a Judá, esta mujer ya anciana se lamentó así: “No me llamen Noemí [“Mi Agradabilidad”, nota]. Llámenme Mará [“Amarga”, nota], porque el Todopoderoso me ha hecho muy amarga la situación. Estaba llena cuando me fui, y con las manos vacías Jehová me ha hecho volver. ¿Por qué deben llamarme Noemí, cuando es Jehová quien me ha humillado, y el Todopoderoso quien me ha causado calamidad?” (Rut 1:20, 21).
15 Es cierto que Noemí se sentía muy angustiada. No obstante, al leer con detenimiento el libro de Rut, vemos que nunca dejó de confiar en Jehová. ¡Y qué giro dio su vida por esperar en él! Su nuera Rut, que había quedado viuda, se casó con Boaz y dio a luz un hijo. Además, Noemí tuvo la dicha de criar a su propio nieto. El relato señala: “Las vecinas le dieron nombre [al niño], diciendo: ‘Le ha nacido un hijo a Noemí’. Y empezaron a llamarlo por nombre Obed. Él es el padre de Jesé, padre de David” (Rut 4:14-17). Cuando Noemí resucite, se encontrará con Rut y se enterará de que su nuera fue antepasada del Mesías (Mat. 1:5, 6, 16). Igual que a Noemí, a nosotros nos resulta imposible saber cómo se resolverán nuestros problemas. Por eso, confiemos siempre en Jehová, tal como nos exhorta Proverbios 3:5, 6: “Confía en Jehová con todo tu corazón, y no te apoyes en tu propio entendimiento. En todos tus caminos tómalo en cuenta, y él mismo hará derechas tus sendas”.
Dejemos que nos guíe el espíritu santo
16 Si tenemos siempre presente a Jehová, él nos guiará con su espíritu santo (Gál. 5:16-18). Dios concedió su espíritu a los 70 ancianos seleccionados para ayudar a Moisés a “llevar la carga del pueblo” de Israel. Aunque solo se menciona por nombre a Eldad y Medad, el espíritu los facultó a todos para llevar a cabo su comisión (Núm. 11:13-29). Sin duda, eran hombres capaces, reverentes, confiables y honestos, como otros que fueron escogidos antes que ellos (Éxo. 18:21). Esos son los mismos rasgos que caracterizan a los ancianos cristianos hoy día.
17 El espíritu santo de Jehová también desempeñó un papel fundamental en la construcción del tabernáculo en el desierto. Jehová nombró a Bezalel artesano y constructor principal, y prometió llenarlo “del espíritu de Dios en sabiduría y en entendimiento y en conocimiento y en habilidad para toda clase de artesanía” (Éxo. 31:3-5). Junto con otros hombres “sabios de corazón”, Bezalel y su asistente, Oholiab, realizaron esta extraordinaria obra. Además, el espíritu de Jehová impulsó a “todo el de corazón dispuesto” a aportar generosas contribuciones (Éxo. 31:6; 35:5, 30-34). Ese mismo espíritu impulsa hoy a los siervos de Dios a hacer todo lo posible por el Reino (Mat. 6:33). Independientemente de las habilidades que tengamos, necesitamos pedir espíritu santo y seguir su guía, pues solo de ese modo lograremos cumplir con la tarea que Jehová nos ha encargado (Luc. 11:13).
Reverenciemos siempre a Jehová de los ejércitos
18 La actitud reverente que el espíritu santo fomenta en nosotros nos impulsa a tener siempre presente a Jehová. En la antigüedad, el pueblo de Dios recibió el siguiente mandato: “Al Señor de los ejércitos, a Él debéis reverenciar” (Isa. 8:13, Universidad de Navarra). Simeón y Ana, dos siervos de Dios que vivían en Jerusalén para el tiempo en que Jesús nació, demostraron precisamente esa actitud de respeto y devoción (léase Lucas 2:25-38). A su avanzada edad, Simeón seguía “espera[ndo] la consolación de Israel”, pues tenía fe en las profecías mesiánicas. Mediante su espíritu, Dios le había asegurado que viviría para ver al Mesías, y eso fue lo que ocurrió. Cierto día del año 2 antes de nuestra era, Jesús fue presentado en el templo por María, su madre, y por José, su padre adoptivo. Lleno de espíritu santo, Simeón empezó a profetizar acerca del Mesías y predijo el dolor que iba a sufrir María al ver a Jesús clavado en un madero de tormento. Pero ¡imagínese la alegría de Simeón al tomar en sus brazos al “Cristo de Jehová”! Este hombre reverente es sin duda un excelente ejemplo para los siervos de Dios de la actualidad.
19 Ana, una reverente viuda de 84 años, “nunca faltaba [al] templo”. Día y noche rendía servicio sagrado a Jehová “con ayunos y ruegos”. Como también estaba en el templo aquel día, tuvo la oportunidad de ver al bebé. ¡Y qué agradecida debió de sentirse al contemplar al futuro Mesías! De inmediato “empezó a dar gracias a Dios y a hablar acerca del niño a todos los que esperaban la liberación de Jerusalén”. Ana no podía quedarse callada; tenía que compartir la magnífica noticia. Tal como Simeón y Ana, los cristianos mayores se alegran de saber que nunca se es demasiado viejo para servir a Jehová y ser su Testigo.
20 Sin importar nuestra edad, todos debemos tener siempre presente a Jehová. Así, él bendecirá nuestro empeño por hablar a otras personas de su dignidad real y de sus maravillosas obras (Sal. 71:17, 18; 145:10-13). Ahora bien, para honrar a Jehová, es necesario cultivar cualidades que le agraden. Analicemos otros relatos bíblicos para aprender más de dichas cualidades.
¿Qué respondería?
• ¿Cómo sabemos que Jehová contesta las oraciones?
• ¿Por qué debemos obedecer a Dios en todo?
• ¿Por qué debemos confiar en Jehová, aun si estamos deprimidos?
• ¿Cómo ayuda el espíritu santo al pueblo de Dios?
[Preguntas del estudio]
1. ¿Cómo nos beneficia conocer las historias de los personajes bíblicos?
2, 3. ¿Cómo hemos de entender las palabras de Salmo 16:8?
4. Mencione un ejemplo bíblico que demuestre que Dios contesta las oraciones.
5. ¿Cómo sabemos que hasta las oraciones breves hechas en silencio dan resultados?
6, 7. a) En lo que tiene que ver con la oración, ¿qué ejemplo nos dejó Epafras? b) ¿Por qué debemos orar a favor de los demás?
8. a) ¿Cómo sabemos que los ancianos de Éfeso valoraban la oración? b) ¿Cómo debemos considerar la oración?
9, 10. a) ¿Qué ejemplo dejaron las hijas de Zelofehad? b) ¿Qué pueden aprender los cristianos solteros de la obediencia de estas israelitas?
11, 12. ¿Cómo demostró Caleb que confiaba en Dios?
13. ¿Qué debemos hacer, aun en medio de grandes dificultades, para obtener el favor de Dios?
14, 15. ¿Cómo nos enseña la historia de Noemí que es necesario confiar en Dios?
16. ¿Cómo ayudó el espíritu santo de Dios a ciertos ancianos del Israel antiguo?
17. ¿Cómo intervino el espíritu santo en la construcción del tabernáculo?
18, 19. a) ¿Qué actitud fomenta en nosotros el espíritu santo? b) ¿Qué ha aprendido usted del ejemplo de Simeón y Ana?
20. Sin importar nuestra edad, ¿qué debemos hacer, y por qué?
[Ilustración de la página 4]
La oración de Nehemías dio resultados
[Ilustración de la página 5]
La forma en que se resolvieron los problemas de Noemí reafirma nuestra confianza en Jehová.

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