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Tuesday, July 07, 2009

Yoani escribe desde Cuba:

Atrapados en la ola

No alcancé a ver, durante la muestra de cine alemán, el controvertido filme “La ola”. Sin embargo, pocos días después alquilé una copia con subtítulos al español a través de las redes underground de distribución. La vimos en casa junto a varios amigos y el debate nos dura hasta hoy, pues hay demasiadas coincidencias para que lo contado en ella sea pura casualidad entre nosotros.
Muchos de los elementos que la película muestra como característicos de una autocracia no me sorprenden. Fui una pionerita uniformada –al final me alegro, porque sólo tenía una muda de ropa fuera de la saya roja y la camisa blanca de la escuela– y repetí cada día un gesto que, al compararlo con el brazo ondulante de La ola, éste último me parece un juego de niños delicados. Mi mano se tensaba y con todos los dedos unidos señalaba a mi sien, mientras prometía llegar a ser como un argentino que había muerto quince años atrás. Aquel saludo militar apuntaba a mi cabeza como un arma, a modo de auto-amenaza que me obligaba a cumplir con el “Pioneros por el comunismo, seremos como el Che”.
Yo también creí haber nacido en una Isla elegida, bajo un sistema social superior, guiada por el mejor de los líderes posibles. No eran “arios” los que nos gobernaban, pero se autotitulaban “revolucionarios” y eso parecía ser un estadio más evolucionado -el escalón más alto– del desarrollo humano. Aprendí a marchar, me arrastré en clases interminables de preparación militar y supe usar un AK antes de cumplir los quince. Mientras, las consignas nacionalistas que gritábamos pretendían esconder el éxodo de mis amiguitos y la dependencia que teníamos del Este.
Pero nuestra autocracia produjo resultados inesperados, muy alejados del fanatismo o la veneración. En lugar de soldados de ceño fruncido, engendró apáticos, indiferentes, gente con máscaras, balseros, descreídos y jóvenes fascinados por lo material. Tuvo también su recua de intolerantes -quiénes, si no, forman las Brigadas de Respuesta Rápida– pero el sentimiento de pertenecer a un proyecto colectivo que sería una lección para el mundo se esfumó como la falsa esencia de un perfume barato. No obstante, nos quedaron los autócratas, el profesor Wenger siguió parado frente al aula gritando y exigiéndonos levantarnos una y otra vez de la silla.
El nuestro no es un experimento que dure una semana ni que implique a unos pocos alumnos en un aula. Nuestra actual situación es la de haber sido atrapados en La ola, engullidos y ahogados por ella, sin haber podido tocar nunca la playa.

Julio 6th, 2009 Categoría: Generación Y 1130 comentarios Imprimir
Innombrable

Tengo una picada enrojecida en la pierna y ayer me levanté con todo el cuerpo adolorido. Lo primero que pensé es que me había contagiado con el dengue, que ha vuelto a brotar –como en todos los últimos veranos- en los barrios de mi ciudad. Por suerte no me ha llegado la fiebre, así que a media mañana descarté que estuviera enferma de ese virus, también conocido como “rompehuesos”. De todas formas no puedo dar por descontado que lo atrape, pues muy cerca de mi casa hay varios casos y en estos días lluviosos el número de mosquitos aumenta.
Lo más llamativo de la presencia de esta enfermedad entre nosotros es la negativa oficial a informar del número de contagiados o a mencionar la palabra “dengue” en los medios informativos. Si vas al hospital con todos sus síntomas, recibes un tratamiento en el que no se pronuncian las seis letras que conforman la maldita palabra. En la tele, pasan anuncios de cómo contrarrestar al Aedes aegypti, pero nadie aclara que todo eso se debe a la existencia del dengue entre nosotros. Sin estadísticas ni datos, los ciudadanos vamos reconstruyendo el número de infectados a partir de los rumores que nos llegan de amigos y conocidos. La alarma crece, pues siempre se puede sospechar que hay una mayor incidencia de la que ha llegado hasta nuestros oídos.
El silencio alrededor del dengue responde a la permanente intención de no confesar algo que dañe la imagen del país. Decir que en nuestro “paraíso” tropical la enfermedad ya se ha hecho endémica de tanto repetirse y que los turistas deberían ser advertidos de sus brotes, excede los arranques de honestidad que se permiten nuestras autoridades. Ahora bien, no reconocerla no disminuye la fiebre ni calma la preocupación de los enfermos y sus familiares. Todo lo contrario. Pueden ponerle nombre al dengue o esconderlo en galimatías como “fiebre, dolores en las articulaciones y erupción en la piel”, pero eso no espanta el riesgo; no nos ayuda a olvidar que al llegar julio y agosto él es una presencia inseparable en nuestras vidas.

Julio 5th, 2009 Categoría: Generación Y 1261 comentarios Imprimir
Yo sí quiero

La semana pasada estuve participando de un proceso de alfabetización destinado a bloggers que recién comienzan. Después de seis meses de reunirnos para intercambiar conocimientos en nuestro Itinerario, se hizo necesario contar con sesiones separadas para quienes se adentran por primera vez en el mundo de las bitácoras. Como quien aprende a deletrear, los participantes de estas clases básicas unieron textos e imágenes para subir por sí mismos los primeros posts.
El método empleado para enseñar el uso de Wordpress lo llamamos “Yo sí quiero”, porque descansa en el deseo personal de opinar –libremente- en un blog. Todo aquel que enseñe algo debe hacerlo como si regalara un par de alas, pues sólo el “alumno” podrá decidir si quiere o no volar con ellas. Con ese respeto, hemos mostrado los caminos para expresarse en el ciberespacio, sin que eso implique ningún compromiso unitario o de fidelidad por parte de quienes aprenden.
Yo sí quiero, porque el tirón de las ganas puede llevarnos a hacer aquello a lo que ni siquiera la voluntad nos compulsa. Cuando se ha vivido en medio de consignas, arranques voluntaristas de unos pocos y tareas obligatorias, el deseo personal se convierte en una meta a reconquistar. “Yo sí quiero” debería ser la frase que acompañe al tan mentado “Yo sí puedo”, pues no basta con tener la capacidad de aprender si carecemos del apetito de usar esas letras o esos kilobytes descubiertos, para dejar atrás el suelo.

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