Generación Y |
Posted: 06 Jun 2013 07:25 AM PDT
Ya no están vestidos con uniformes azules y algunos varones hasta muestran la melena de la rebeldía. Ese pelo que ningún profesor les exigirá cortarse –al menos durante las próximas semanas- y que finalmente caerá ante la rasuradora del Servicio Militar Obligatorio. Aún se ven como estudiantes, pero pronto muchos de ellos estarán en un pelotón marchando con un fusil colgado al hombro. Son los jóvenes que justo por estos días terminan su vida escolar en los diferentes preuniversitarios de toda Cuba. Los exámenes de ingreso a la Universidad han quedado atrás y esta semana se ha sabido quiénes alcanzaron una plaza en la enseñanza superior.
A las afueras de las escuelas los listados de aprobados y desaprobados hablan por sí solos. El preuniversitario José Miguel Pérez –del municipio Plaza de la Revolución- podría ser una buena muestra para explicar la situación. Este centro docente muestra un rendimiento escolar entre los más altos de los preuniversitarios de la capital. Situación que está dada en parte por la composición profesional y económica del barrio, que permite a muchos padres costearle a su hijo los llamados “repasadores” en horario extraescolar. A pesar de esas características, las estadísticas de fin de curso en dicho PRE apuntan más hacia la alarma que hacia la satisfacción.
En el mencionado preuniversitario, de 233 estudiantes que culminaron 12 grado se presentaron 222 a los exámenes de ingreso, de los cuales sólo 162 lograron aprobar todas las pruebas. El resto deberá asistir a segundas convocatorias o conformarse con un reprobado. La mayor incidencia de bajas notas estuvo en la asignatura de Matemática, en la que sólo 51 alumnos lograron calificaciones entre 90 y 100 puntos. En la boleta de carreras a solicitar se repetían en los últimos puestos las especialidades pedagógicas. “Para garantizar alguna plaza, aunque salga mal en las pruebas”, corroboraban –con cierto impudor- esos potenciales maestros del mañana.
Principio y ¿fin? de un error
Los jóvenes que este año terminan la enseñanza media superior son el producto de los experimentos educativos que arrancaron con la llamada Batalla de Ideas. Hoy cuentan con una edad entre los 17 y los 18 años, de manera que comenzaron la secundaria básica cuando el programa de los Maestros Emergentes ganaba fuerza. Se formaron en aulas donde el televisor y la máquina reproductora de video eran los protagonistas, a falta de profesores lo suficientemente capacitados. En los momentos más difíciles llegaron a contar con al menos el 60% de las clases a través de una pantalla. Arribaron también a la pubertad en medio del aumento del adoctrinamiento ideológico. Si bien es cierto que éste siempre ha sido inherente a la enseñanza de las últimas cinco décadas en Cuba, alcanzó su clímax con posterioridad al caso del niño Elián González. Fidel Castro aprovechó ese hecho a finales de los años noventa para imprimirle una vuelta de tuerca al discurso político en todos los órdenes de la vida nacional.
Quienes se graduaron del duodécimo grado hace unas semanas, constituye la primera hornada que no tuvo que ir a los preuniversitarios en el campo. Noticia halagüeña para los propios jóvenes y especialmente para sus padres. No obstante, los reajustes docentes que trajo ese cambio, obligaron a renovar planeamientos de estudio, libros y cuadernos. Los maestros que venían de las llamadas becas tuvieron que acoplarse a las nuevas condiciones. A pesar de las dificultades del anterior régimen de internamiento, estas escuelas en el campo constituían para el personal docente sitios de contacto directo con los campesinos que vendían o intercambiaban mercancía agrícola. De los pocos incentivos para trabajar en un lugar así, estaba el poder llevar algo de plátanos, malanga, carne de cerdo o frutas a la ciudad por un precio mucho más barato que en los mercados de La Habana. La pérdida de ese pequeño privilegio hizo desistir a algunos maestros de continuar en el camino de la docencia.
¿Memorizar o cuestionar?
Las innumerables horas perdidas en las aulas por inasistencia de profesores, es otro de los signos distintivos de los recién egresados. Hay que agregar el menoscabo del carácter investigativo en la enseñanza de las ciencias, dado el deterioro o ausencia de los laboratorios de química, física y biología. En muchos preuniversitarios se cancelaron prácticamente los experimentos con sustancias químicas, ante el desabastecimiento y el temor que los estudiantes tuvieran acceso a ellas. Las clases de educación física, computación e inglés fueron las grandes perdedoras del éxodo de maestros hacia otros sectores laborales. La educación preuniversitaria enfatizó el aprendizaje memorístico de fechas, nombres, sucesos, sin avanzar en la creación de criterio propio, espíritu cuestionador o capacidad de discernimiento. Los graduados pueden retener en su cabeza años y días importantes de la historia patria, pero no logran formarse una opinión propia sobre lo ocurrido en ellos.
La calidad de la grafía, la buena ortografía y el uso correcto del español tampoco se alcanzaron como objetivos docentes. El próximo septiembre llegarán a las aulas universitarias estudiantes con serias deficiencias en esos tres aspectos. Pero eso no significa que vayan a encontrarse ante excesivas exigencias o un programa de estudios que no podrán cumplimentar. Entran a una Universidad muy lejos ya de la calidad docente que una vez exhibió Cuba. En el ranking de Universidades Latinoamericanas de este 2013, La Colina habanera cayó del puesto 54 al 81, otra señal que apunta hacia la urgencia de revisar todo el modelo educativo. El propio nivel escolar de los nuevos ingresos a la enseñanza superior, ha obligado a bajar el listón de la exigencia.
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