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Tuesday, July 14, 2015

Mujer:

MUJER
Persona del sexo femenino, especialmente la que ha pasado la pubertad. La expresión hebrea para mujer es ʼisch·scháh (literalmente, “varona”), que también puede traducirse “esposa”. De igual modo, la palabra griega gy·nḗ se traduce “mujer” y “esposa”.
Creación. Aun antes de que Adán siquiera solicitase una compañera humana, Dios, su Creador, se propuso crearla. Después de poner a Adán en el jardín de Edén y darle la ley respecto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo, Jehová dijo: “No es bueno que el hombre continúe solo. Voy a hacerle una ayudante, como complemento de él”. (Gé 2:18.) Dios no impuso al hombre el mandato de seleccionar una compañera del reino animal, pues le llevó a los animales con el único fin de que les pusiese nombre. Adán no sentía la más mínima inclinación por la zoofilia, y se daba perfecta cuenta de la ausencia de una compañera idónea para él en el ámbito animal. (Gé 2:19, 20.) “Por lo tanto Jehová Dios hizo caer un sueño profundo sobre el hombre y, mientras este dormía, tomó una de sus costillas y entonces cerró la carne sobre su lugar. Y Jehová Dios procedió a construir de la costilla que había tomado del hombre una mujer, y a traerla al hombre. Entonces dijo el hombre: ‘Esto por fin es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada Mujer, porque del hombre fue tomada esta’.” (Gé 2:21-23.)
Su posición y responsabilidades. La mujer fue creada del hombre, y por ello su existencia dependía de este. Como era “una sola carne” con él, su complemento y ayudante, tenía que someterse a él como su cabeza. También estaba bajo la ley que Dios le había dado a Adán en cuanto al árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo. Tenía la responsabilidad de trabajar para el bien del hombre, tendrían hijos y juntos dominarían los animales. (Gé 1:28; 2:24.)
Puesto que era normal que la mujer de tiempos bíblicos estuviera casada, los textos que se refieren a sus responsabilidades suelen estar relacionados con su posición de esposa. El principal deber de toda mujer en Israel era rendir adoración verdadera a Jehová Dios. Un ejemplo fue Abigail, que se casó con David después de la muerte de su esposo Nabal, ‘hombre que no servía para nada’. Aunque Nabal actuó mal —rehusó emplear sus bienes materiales para ayudar a David, el ungido de Jehová—, Abigail comprendió que no estaba obligada a efectuar una acción contraria a la voluntad de Jehová, como había hecho su esposo. Jehová la bendijo por apegarse a la adoración correcta ayudando a su ungido. (1Sa 25:23-31, 39-42.)
En segundo lugar, la mujer tenía que obedecer a su esposo. Su deber era trabajar arduamente para el bien de la casa y procurar la honra de su cabeza y marido. Esto resultaría en el mayor honor para ella. Proverbios 14:1 dice al respecto: “La mujer verdaderamente sabia ha edificado su casa, pero la tonta la demuele con sus propias manos”. Ella siempre tendría que hablar bien de su esposo y aumentar el respeto que otros sintieran por él, y el esposo debería poder estar orgulloso de ella. “Una esposa capaz es una corona para su dueño, pero como podredumbre en sus huesos es la que actúa vergonzosamente.” (Pr 12:4.) En el capítulo 31 de Proverbios se habla de su posición honorable y de los privilegios que tiene como esposa, junto con las bendiciones que recibe por su fidelidad, diligencia y sabiduría. (Véase ESPOSA.)
En Israel, la madre tenía mucho que ver en que sus hijos aprendiesen justicia, respeto y diligencia, y con frecuencia su consejo y su influencia sobre sus hijos mayores resultaba en el bien de ellos. (Gé 27:5-10; Éx 2:7-10; Pr 1:8; 31:1; 2Ti 1:5; 3:14, 15.) Las muchachas en particular aprendían a ser buenas esposas, pues su madre las enseñaba a cocinar, tejer y todo lo relacionado con la administración del hogar. Por su parte, el padre enseñaba un oficio a sus hijos. Las esposas también podían dirigirse con libertad a sus maridos (Gé 16:5, 6), y en ocasiones les ayudaban a tomar decisiones acertadas. (Gé 21:9-13; 27:46–28:4.)
Por lo general, la elección de la novia correspondía a los padres del novio. Pero, al igual que había sucedido anteriormente en el caso de Rebeca, parece que bajo la Ley también se daba atención al parecer de la muchacha. (Gé 24:57, 58.) Aunque la poligamia era común, pues Dios no restableció el estado original de monogamia hasta que se fundó la congregación cristiana (Gé 2:23, 24; Mt 19:4-6; 1Ti 3:2), se regulaban las relaciones polígamas.
Incluso las leyes militares favorecían tanto a la esposa como al esposo al eximir del ejército durante un año al hombre recién casado. De este modo la pareja podía ejercer su derecho de tener un hijo, que sería de gran consuelo para la madre en ausencia de su esposo, y más aún en el caso de que perdiese la vida en la batalla. (Dt 20:7; 24:5.)
La Ley no hacía distinción entre hombres y mujeres si eran culpables de adulterio, incesto, bestialidad y otros delitos. (Le 18:6, 23; 20:10-12; Dt 22:22.) Ninguna mujer debía ponerse la ropa de un hombre, ni un hombre ropa de mujer, ya que esto podía inducir a la inmoralidad y, en particular, a la homosexualidad. (Dt 22:5.) Las mujeres podían beneficiarse de los sábados, las leyes que tenían que ver con el nazareato, las fiestas y todas las provisiones de la Ley en general. (Éx 20:10; Nú 6:2; Dt 12:18; 16:11, 14.) Los hijos tenían el deber de honrar y obedecer a su madre de la misma manera que a su padre. (Le 19:3; 20:9; Dt 5:16; 27:16.)
Privilegios en la congregación cristiana. En sentido espiritual, no hay distinción entre hombre y mujer para aquellos a quienes Dios llama a la herencia celestial (Heb 3:1) a fin de ser coherederos con Jesucristo. El apóstol escribe: “Todos ustedes, de hecho, son hijos de Dios mediante su fe en Cristo Jesús [...], no hay ni varón ni hembra; porque todos ustedes son una persona en unión con Cristo Jesús”. (Gál 3:26-28.) Todos ellos tienen que recibir un cambio de naturaleza en su resurrección al ser hechos copartícipes de la “naturaleza divina”, y en esta condición nadie será mujer, pues entre las criaturas celestiales no existe el sexo femenino, porque el sexo es el medio otorgado por Dios para la reproducción de las criaturas terrestres. (2Pe 1:4.)
Proclamadoras de las buenas nuevas. Hubo mujeres entre los que recibieron los dones del espíritu santo en el día del Pentecostés de 33 E.C., mujeres a las que se hace referencia en la profecía de Joel como “hijas” y “siervas”. Desde aquel día en adelante, las mujeres cristianas que recibieron estos dones hablaron en lenguas extranjeras que no habían entendido antes y ‘profetizaron’, no necesariamente en el sentido de predecir importantes acontecimientos futuros, sino de proclamar las verdades bíblicas. (Joe 2:28, 29; Hch 1:13-15; 2:1-4, 13-18; véase PROFETISA.)
Cuando las mujeres hablaban a otros acerca de las verdades de la Biblia, no se circunscribían a sus compañeros de creencia. Antes de ascender al cielo, Jesús había dicho a sus seguidores: “Recibirán poder cuando el espíritu santo llegue sobre ustedes, y serán testigos de mí tanto en Jerusalén como en toda Judea, y en Samaria, y hasta la parte más distante de la tierra”. (Hch 1:8.) Posteriormente, en el día del Pentecostés de 33 E.C., cuando el espíritu santo se derramó sobre los 120 discípulos (entre ellos varias mujeres), a todos se les otorgó el privilegio de testificar (Hch 1:14, 15; 2:3, 4.); y la profecía de Joel (2:28, 29) a la que se refirió Pedro en aquella ocasión, menciona específicamente a las mujeres. De modo que ellas se contaban entre los que tenían la responsabilidad de ser testigos de Jesús “tanto en Jerusalén como en toda Judea, y en Samaria, y hasta la parte más distante de la tierra”. Consecuentemente, el apóstol Pablo informó más tarde que Evodia y Síntique, dos hermanas de Filipos, se habían “esforzado lado a lado [con él] en las buenas nuevas”. Asimismo, Lucas menciona a Priscila, quien junto con su marido, Áquila, ‘exponía el camino de Dios’ en Éfeso. (Flp 4:2, 3; Hch 18:26.)
Reuniones de congregación. En algunas reuniones la mujer podía orar o profetizar, siempre que llevase una cobertura para la cabeza. (1Co 11:3-16; véase COBERTURA PARA LA CABEZA.) Sin embargo, en reuniones de carácter público, cuando “toda la congregación”, así como los “incrédulos”, se reunía en un lugar (1Co 14:23-25), las mujeres tenían que ‘guardar silencio’. Si ‘querían aprender algo, podían preguntarle a su propio esposo en casa, porque era vergonzoso que una mujer hablase en la congregación’. (1Co 14:31-35.)
Aunque no se permitía a la mujer enseñar en una reunión de congregación, podía enseñar fuera de la congregación a las personas que deseaban aprender la verdad de la Biblia y las buenas nuevas acerca de Jesucristo (compárese con Sl 68:11), y, además, debía ser ‘maestra de lo que es bueno’ para las mujeres más jóvenes (y los niños) dentro de la congregación. (Tit 2:3-5.) Pero no tenía que ejercer autoridad sobre el hombre o disputar con él, como, por ejemplo, en las reuniones de la congregación. Tenía que recordar lo que le sucedió a Eva y lo que Dios dijo con respecto a la posición de la mujer después del pecado de Adán y Eva. (1Ti 2:11-14; Gé 3:16.)
Los superintendentes y siervos ministeriales han de ser varones. No se menciona a las mujeres cuando se habla sobre las “dádivas en hombres” que Cristo dio a la congregación. Las palabras “apóstoles”, “profetas”, “evangelizadores”, “pastores” y “maestros” se encuentran en género masculino. (Ef 4:8, 11.)
Por consiguiente, cuando el apóstol Pablo escribió a Timoteo acerca de los requisitos que debían llenar los “superintendentes” (e·pí·sko·poi), que también eran “ancianos” (pre·sbý·te·roi), así como los “siervos ministeriales” (di·á·ko·noi) de la congregación, especifica que deben ser varones, y en caso de estar casados, ‘esposos de una sola mujer’. Ningún apóstol hace mención de un puesto de “diaconisa” (di·a·kó·nis·sa). (1Ti 3:1-13; Tit 1:5-9; compárese con Hch 20:17, 28; Flp 1:1.)
Aunque se dijo que Febe (Ro 16:1) era “ministra” (di·á·ko·nos, sin el artículo definido griego), es evidente que a ella no se la nombró “sierva ministerial” en la congregación, pues este cargo no se contempla en las Escrituras. El apóstol no estaba diciendo a la congregación que aceptara las instrucciones que ella diese, sino que la recibiera bien y ‘le prestasen ayuda en cualquier asunto en que los necesitara’. (Ro 16:2.) El que Pablo se refiriera a ella como “ministra” se relacionaba obviamente con su actividad en la proclamación de las buenas nuevas, y en ese sentido Febe era una ministra que se asociaba con la congregación de Cencreas. (Compárese con Hch 2:17, 18.)
En el hogar. En las Escrituras se dice que la mujer es “un vaso más débil, el femenino”. En consecuencia, su esposo ha de tratarla de acuerdo con esta condición. (1Pe 3:7.) Ella tiene muchos privilegios, entre otros, participa en la enseñanza de los hijos y cuida de los asuntos domésticos con la aprobación de su esposo y bajo su dirección. (1Ti 5:14; 1Pe 3:1, 2; Pr 1:8; 6:20; cap. 31.) Tiene el deber de ser sumisa a su esposo (Ef 5:22-24) y ha de rendirle el débito conyugal. (1Co 7:3-5.)
Adorno. La Biblia no condena en ninguna parte el uso de adornos o joyas en el arreglo personal, pero manda que se haga con modestia y decoro. El apóstol dice que la mujer debería llevar vestido bien arreglado y adornarse “con modestia y buen juicio”. No debería concederse importancia excesiva a peinados, adornos y vestiduras costosas, sino a aquellas cosas que contribuyen a la belleza espiritual, a saber, “buenas obras”, y a “la persona secreta del corazón en la vestidura incorruptible del espíritu quieto y apacible”. (1Ti 2:9, 10; 1Pe 3:3, 4; compárese con Pr 11:16, 22; 31:30.)
El apóstol Pedro dice a esas mujeres sumisas que muestran una conducta casta, respetuosa y piadosa: “Ustedes han llegado a ser hijas de ella [Sara], con tal que sigan haciendo el bien y no teman a ninguna causa de terror”. Por lo tanto, estas esposas tienen la magnífica oportunidad de ser ‘descendientes’ de la fiel Sara, no en sentido literal, sino por imitar su conducta. Sara tuvo el privilegio de dar a luz a Isaac y llegar a ser antepasada de Jesucristo, la ‘descendencia principal de Abrahán’. (Gál 3:16.) Por consiguiente, las esposas cristianas que demuestran ser hijas de Sara en sentido figurado, aun teniendo esposos incrédulos, tienen la seguridad de que Dios las recompensará abundantemente. (1Pe 3:6; Gé 18:11, 12; 1Co 7:12-16.)
Mujeres que sirvieron a Jesús. Hubo mujeres que disfrutaron de privilegios en relación con el ministerio terrestre de Jesús, aunque no de los privilegios concedidos a los 12 apóstoles y a los 70 evangelizadores. (Mt 10:1-8; Lu 10:1-7.) Varias mujeres ministraron a Jesús con sus propios bienes. (Lu 8:1-3.) Una le ungió poco antes de su muerte, y debido a su acción, Jesús aseguró que por todo el mundo, donde se predicasen las buenas nuevas, ‘lo que esa mujer hizo también se contaría para recuerdo de ella’. (Mt 26:6-13; Jn 12:1-8.) Hubo mujeres entre aquellos a quienes Jesús se apareció el día de su resurrección, y también las había entre aquellos a quienes se apareció más tarde. (Mt 28:1-10; Jn 20:1-18.)
Uso figurado. En varias ocasiones se usa simbólicamente a la mujer para representar a congregaciones u organizaciones. También puede simbolizar ciudades. A la congregación de Cristo se la llama su “novia”, y también se la llama “la santa ciudad, la Nueva Jerusalén”. (Jn 3:29; Rev 21:2, 9; 19:7; compárese con Ef 5:23-27; Mt 9:15; Mr 2:20; Lu 5:34, 35.)
Jehová habló de la congregación o nación de Israel como su “mujer”, pues Él era su “dueño marital” en virtud del pacto de la Ley que existía entre ellos. En las profecías de restauración Dios habla a Israel en estos términos, a veces dirigiendo sus palabras a Jerusalén, la ciudad que gobernaba la nación. Los ‘hijos e hijas’ (Isa 43:5-7) de esta mujer eran los miembros de la nación de Israel. (Isa 51:17-23; 52:1, 2; 54:1, 5, 6, 11-13; 66:10-12; Jer 3:14; 31:31, 32.)
En muchas ocasiones, se hace referencia a otras naciones o ciudades en femenino o como si se tratase de mujeres. Algunos ejemplos son: Moab (Jer 48:41), Egipto (Jer 46:11), Rabá de Ammón (Jer 49:2), Babilonia (Jer 51:13) y la simbólica Babilonia la Grande. (Rev 17:1-6; véanse BABILONIA LA GRANDE; HIJOS.)
La “mujer” de Génesis 3:15. Cuando Dios sentenció a los padres de la humanidad, Adán y Eva, prometió que la “mujer” produciría una descendencia que magullaría la cabeza de la serpiente. (Gé 3:15.) Este era un “secreto sagrado” que Dios se proponía revelar a su debido tiempo. (Col 1:26.) Algunos factores que concurrieron en el anuncio de la promesa profética proporcionan indicios en cuanto a la identidad de la “mujer”. Puesto que su descendencia tendría que magullar la cabeza de la serpiente, no podía tratarse de una descendencia humana, pues las Escrituras muestran que las palabras de Dios no se dirigieron a una serpiente literal. En Revelación 12:9 se indica que la “serpiente” es Satanás el Diablo, un espíritu. En consecuencia, la “mujer” de la profecía no podría ser una mujer humana, como María, la madre de Jesús. El apóstol arroja luz sobre esta cuestión en Gálatas 4:21-31. (Véase DESCENDENCIA, SEMILLA.)
En este pasaje el apóstol habla de la mujer libre de Abrahán y de su concubina Agar, y dice que Agar corresponde a la ciudad literal de Jerusalén bajo el pacto de la Ley, y sus “hijos”, a los ciudadanos de la nación judía; mientras que Sara, la esposa de Abrahán, corresponde a la “Jerusalén de arriba”, dice Pablo, su madre espiritual y la de sus compañeros ungidos por espíritu. Esta “madre” celestial también sería la “madre” de Cristo, el mayor de sus hermanos espirituales a quienes Dios engendra como Padre. (Heb 2:11, 12; véase MUJER LIBRE.)
Lógicamente, y en armonía con las Escrituras, la “mujer” de Génesis 3:15 tiene que ser una “mujer” espiritual. Y en correspondencia con el hecho de que la “novia” o “esposa” de Cristo no es una mujer individual, sino una mujer compuesta de muchos miembros espirituales (Rev 21:9), la “mujer” que da a luz a los hijos espirituales de Dios, Su ‘esposa’ (predicha proféticamente en las palabras de Isaías y Jeremías citadas antes), estaría formada por muchas personas celestiales. Sería un conjunto de personas u organización, una organización celestial.
Se describe a esta “mujer” en la visión de Juan, en el capítulo 12 de Revelación. Se la representa dando a luz a un hijo, un gobernante que habrá de “pastorear a todas las naciones con vara de hierro”. (Compárese con Sl 2:6-9; 110:1, 2.) Juan recibió esta visión mucho después del nacimiento humano de Jesús y de su unción como el Mesías de Dios. Como obviamente tiene que ver con la misma persona, ha de hacer referencia, no al nacimiento humano de Jesús, sino a otro acontecimiento, a saber, su acceso al poder del Reino. En consecuencia, lo que aquí se representó fue el nacimiento del Reino mesiánico de Dios.
Después se ve a Satanás persiguiendo a la “mujer” y haciendo guerra contra “los restantes de la descendencia de ella”. (Rev 12:13, 17.) Puesto que se trata de una “mujer” celestial y que entonces Satanás ya había sido arrojado a la Tierra (Rev 12:7-9), las personas celestiales que integraban esta “mujer” se hallaban fuera de su alcance, pero sí podía atacar al resto de su “descendencia” o hijos, los hermanos de Jesucristo que todavía estaban en la Tierra. De esa manera persiguió a la “mujer”.
Otros usos. Cuando Dios predijo el hambre que pasaría Israel si quebrantaba Su pacto, dijo: “Entonces diez mujeres realmente cocerán el pan de ustedes en un solo horno y les devolverán su pan por peso”. El hambre llegaría a ser tan acuciante que diez mujeres necesitarían un solo horno, mientras que normalmente usarían uno cada una. (Le 26:26.)
Después de advertir a Israel de las calamidades que le sobrevendrían por su infidelidad, Jehová dijo por medio del profeta Isaías: “Y siete mujeres realmente se agarrarán de un solo hombre en aquel día, y dirán: ‘Comeremos nuestro propio pan y nos vestiremos de nuestras propias mantas; solo que se nos llame por tu nombre para quitar nuestro oprobio’”. (Isa 4:1.) En los dos versículos precedentes (Isa 3:25, 26) Dios indicó que los hombres de Israel morirían en guerra. Así informó a Israel del efecto que tales condiciones tendrían en el número de varones de la nación, que los diezmarían hasta el punto de que habría varias mujeres para un solo hombre. Aceptarían con gusto su nombre y algunas de sus atenciones, aunque tuvieran que compartirlo con otras mujeres. También aceptarían la poligamia o el concubinato con tal de tener alguna participación, aunque fuese pequeña, en la vida de un hombre, y disminuir de ese modo la vergüenza que significaba para ellas la viudez o la soltería y el hecho de no ser madres.
En una profecía de consuelo para Israel, Jehová dijo: “¿Hasta cuándo te dirigirás para acá y para allá, oh hija infiel? Pues Jehová ha creado una cosa nueva en la tierra: Una simple hembra estrechará en derredor a un hombre físicamente capacitado”. (“La mujer cortejará al varón”, CI.) (Jer 31:22.) Hasta entonces Israel, con quien Dios estaba en una relación de matrimonio debido al pacto de la Ley, había estado dando vueltas “para acá y para allá” en infidelidad. Jehová invitó a la “virgen de Israel” a que erigiera marcas de camino y postes de señal para guiarse en su regreso, y a que fijara su corazón en la calzada por donde habría de volver. (Jer 31:21.) Jehová pondría su espíritu en ella de manera que estuviese ansiosa por regresar. Por lo tanto, tal como una esposa se abrazaría a su esposo a fin de volver a tener buenas relaciones, así Israel se estrecharía en derredor de Jehová Dios con el fin de restablecer buenas relaciones con Él como su esposo.
El “deseo de las mujeres”. La profecía de Daniel dice que el “rey del norte” “al Dios de sus padres no dará consideración; y al deseo de las mujeres y a todo otro dios no dará consideración, sino que sobre todos se engrandecerá. Pero al dios de las plazas fuertes, en su posición dará gloria”. (Da 11:37, 38.) Las “mujeres” pueden representar en este texto a las naciones más débiles que llegan a ser ‘criadas’ del “rey del norte”, como vasos más débiles. Ellas tienen sus dioses, a quienes desean y adoran, pero el “rey del norte” no les presta atención y rinde homenaje a un dios del militarismo.
Las “langostas” simbólicas. En la visión de las “langostas” simbólicas de Revelación 9:1-11, se describe a estas langostas con “cabellos como cabellos de mujeres”. En armonía con el principio bíblico de que el cabello largo de la mujer es señal de sujeción a su cabeza marital, el cabello de estas “langostas” simbólicas debe representar la sujeción de aquellos a quienes simbolizan al que en la profecía se representa como su cabeza y rey. (Véase ABADÓN.)
144.000 ‘no contaminados con mujeres’. En Revelación 14:1-4 se representa a los 144.000 de pie con el Cordero sobre el monte Sión, y se dice que han sido “comprados de la tierra. Estos son los que no se contaminaron con mujeres; de hecho, son vírgenes”. Se dice que tienen una relación con el Cordero más íntima que cualquier otra persona, ya que son los únicos que aprenden la “canción nueva”. (Rev 14:1-4.) Este hecho indica que constituyen la “esposa” del Cordero. (Rev 21:9.) Son personas celestiales, como lo muestra el que estén de pie con el Cordero sobre el monte Sión celestial. Por lo tanto, el que ‘no se contaminen con mujeres’ y que sean “vírgenes” no significa que ninguno de estos 144.000 nunca se haya casado, pues las Escrituras no prohíben que los que han de ser coherederos con Cristo se casen mientras están en la Tierra. (1Ti 3:2; 4:1, 3.) Tampoco implica que todos los 144.000 sean hombres, pues “no hay ni varón ni hembra” en lo que tiene que ver con la relación espiritual de los coherederos de Cristo. (Gál 3:28.) Por lo tanto, estas “mujeres” deben ser simbólicas, organizaciones religiosas como Babilonia la Grande y sus ‘hijas’; cualquier unión y participación con estas organizaciones religiosas falsas haría imposible mantenerse sin mancha. (Rev 17:5.) Esta descripción simbólica está de acuerdo con el requisito recogido en la Ley según el cual el sumo sacerdote de Israel solo podía tomar por esposa a una virgen, pues Jesucristo es el gran Sumo Sacerdote de Jehová. (Le 21:10, 14; 2Co 11:2; Heb 7:26.)
Con referencia a que Jesús se dirigiera a María como “mujer”, véase MARÍA núm. 1 (Jesús la amaba y respetaba).
LEALTAD
En las Escrituras Hebreas el adjetivo ja·sídh se utiliza con relación a alguien “leal” o “de bondad amorosa”. (Sl 18:25, nota.) El sustantivo jé·sedh se refiere a la bondad, pero aunque comprende la tierna consideración o bondad que se deriva del amor, va más allá. Es la bondad que se adhiere amorosamente a un objeto hasta que su propósito con relación a ese objeto se ha realizado. Esta es la clase de bondad que Dios muestra a sus siervos y que ellos le muestran a Él. Por lo tanto, entra en el campo de la lealtad, una lealtad justa, devota y santa, por lo que se traduce “bondad amorosa” y “amor leal”. (Gé 20:13; 21:23; véase BONDAD.)
En las Escrituras Griegas el sustantivo ho·si·ó·tēs y el adjetivo hó·si·os conllevan la idea de santidad, justicia, reverencia, devoción o piedad, la observancia cuidadosa de todos los deberes para con Dios. Supone una buena relación con Dios.
No parece que haya ninguna palabra española que exprese exacta y plenamente el significado de los términos correspondientes en hebreo y en griego, pero como “lealtad” implica devoción y fidelidad cuando se usa con relación a Dios y su servicio, sirve para transmitir una idea parecida. La mejor manera de determinar el significado pleno de los términos bíblicos en cuestión es examinar su uso en la Biblia.
La lealtad de Jehová. Como Jehová Dios, el Santísimo, es justo, muestra incesante bondad a sus siervos e incluso trata con justicia y de modo coherente a sus enemigos, es confiable en grado sumo. De Él se declara: “Grandes y maravillosas son tus obras, Jehová Dios, el Todopoderoso. Justos y verdaderos son tus caminos, Rey de la eternidad. ¿Quién no te temerá verdaderamente, Jehová, y glorificará tu nombre, porque solo tú eres leal?”. (Rev 15:3, 4.) La lealtad de Dios a la justicia y al derecho, así como el amor que le tiene a su pueblo, le mueven a dictar sentencia. Por ello, un ángel se sintió impulsado a decir: “Tú, Aquel que eres y que eras, el Leal, eres justo porque has dictado estas decisiones”. (Rev 16:5; compárese con Sl 145:17.)
Jehová es leal a sus pactos. (Dt 7:9.) Por causa del pacto con su amigo Abrahán, durante siglos tuvo gran paciencia con la nación de Israel y le mostró misericordia. (2Re 13:23) Por ello, mediante su profeta Jeremías hizo este llamamiento a Israel: “‘De veras vuélvete, oh renegada Israel’, es la expresión de Jehová. ‘No haré caer mi rostro airadamente sobre ustedes, porque soy leal’”. (Jer 3:12.) Los que son leales a Jehová pueden confiar plenamente en Él. David pidió la ayuda de Dios en oración y dijo: “Con alguien leal tú actuarás en lealtad; con el poderoso, exento de falta, tratarás de un modo exento de falta”. (2Sa 22:26.) David hizo un llamamiento al pueblo y le pidió que se volviera del mal a fin de practicar el bien, “porque Jehová es amador de la justicia, y no dejará a los que le son leales. Hasta tiempo indefinido ciertamente serán guardados”. (Sl 37:27, 28.)
Los que son leales a Jehová pueden confiar en que Él está cerca y los ayudará hasta el mismo final de su proceder fiel, y pueden tener la plena seguridad de que los recordará en cualquier situación. Él guarda su camino (Pr 2:8) y sus vidas o almas. (Sl 97:10.)
Jesucristo. Cuando Jesucristo estuvo en la Tierra, le fortaleció saber que Dios había predicho de él, Su principal “leal”, que no dejaría su alma en el Seol. (Sl 16:10.) En el día del Pentecostés de 33 E.C. el apóstol Pedro aplicó esta profecía a Jesús, diciendo: “[David] vio de antemano y habló respecto a la resurrección del Cristo, que ni fue abandonado en el Hades ni su carne vio corrupción. A este Jesús lo resucitó Dios, del cual hecho todos nosotros somos testigos”. (Hch 2:25-28, 31, 32; compárese con Hch 13:32-37.) En un comentario sobre Hechos 2:27, The Expositor’s Greek Testament dice que la palabra hebrea ja·sídh (usada en Sl 16:10) “no solo aplica a alguien piadoso y devoto, sino también al que es objeto de la bondad de Jehová” (edición de W. R. Nicoll, 1967, vol. 2).
Dios requiere lealtad. Jehová exige lealtad de sus siervos, que han de imitarle. (Ef 5:1.) El apóstol Pablo dice a los cristianos que “deben vestirse de la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia y lealtad”. (Ef 4:24.) Cuando Pablo recomienda la oración a la congregación, dice: “Por lo tanto, deseo que en todo lugar los hombres se ocupen en orar, alzando manos leales, libres de ira y debates”. (1Ti 2:8.) La lealtad es una cualidad esencial que capacita a un varón para un puesto de superintendencia en la congregación de Dios. (Tit 1:8.)
 
Perspicacia,Volumen 2, pág. 195.

    Soberanía:

    SOBERANÍA
    Dominio; dignidad del gobernante, rey, emperador u otra persona que ejerce o posee la autoridad suprema del poder público; fundamento del poder de una persona o grupo en los que se halla depositada la máxima autoridad de un Estado.
    En las Escrituras Hebreas aparece con frecuencia la palabra ʼAdho·nái, y 285 veces la expresión ʼAdho·nái Yehwíh. ʼAdho·nái es una forma plural de ʼa·dhóhn: “señor; amo”. Otra forma plural, ʼadho·ním, puede aplicarse a hombres simplemente como pluralidad: “señores” o “amos”. Pero el término ʼAdho·nái sin sufijo siempre se utiliza en las Escrituras con referencia a Dios, indicando el plural excelencia o majestad. Los traductores lo suelen traducir por “Señor”. Cuando acompaña al nombre de Dios (ʼAdho·nái Yehwíh), como, por ejemplo, en el Salmo 73:28, la expresión se traduce “DIOS el Señor” (BAS), “Señor Dios” (DK, PIB), “Jehová el Señor” (Mod, Val), “Señor Jehovah” (Val, 1989), “ʼǍdonay Yahveh” (CI), “Señor Yavé” (NC), “Yahweh Dios” (BR), “Señor Soberano Jehová” (NM). Aunque la Versión Valera de 1960 utiliza la palabra “soberano” en Job 31:28 y Ezequiel 38:2; y 39:1, no lo hace como traducción de ʼAdho·nái.
    La palabra griega de·spó·tēs designa a la persona que posee la autoridad suprema o tiene la posesión absoluta y el poder sin control alguno. (Véase el Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, de W. E. Vine, vol. 1, 1984, pág. 93; vol. 4, 1987, págs. 44, 73.) Se traduce “señor”, “amo” y “dueño”. Cuando se utiliza para dirigirse directamente a Dios, se traduce “Señor” (NC, CI y otras), “Soberano” (Besson), “Soberano Señor” (ENP, VHA) y “Señor Soberano” (NM) en Lucas 2:29, Hechos 4:24 y Revelación 6:10. Otras versiones la traducen en este último texto “Soberano” (Mod, NBE, SA, Sd, VP), “Soberano Señor” (HAR; NVI; Val, 1989), “Dominador” (RH), “Dueño” (BJ, JT, NTI) y “(el) Amo” (AFEBE, CEBIHA, CJ).
    Por tanto, aunque los textos hebreos y griegos no tienen una palabra específica para “soberano”, las palabras ʼAdho·nái y de·spó·tēs comunican esta idea cuando las Escrituras hacen referencia a Jehová Dios, indicando la excelencia de su señorío.
    La soberanía de Jehová. Jehová Dios es el Soberano del universo (“Señor del universo”; Lu 2:29, Sd) debido a que es el Creador y a su Divinidad y supremacía como el Omnipotente. (Gé 17:1; Éx 6:3; Rev 16:14.) Es el Dueño de todas las cosas y la Fuente de toda autoridad y poder, el Gobernante Supremo de todos los gobiernos (Sl 24:1; Isa 40:21-23; Rev 4:11; 11:15); de Él dijo el salmista: “Jehová mismo ha establecido firmemente su trono en los cielos mismos; y sobre toda cosa su propia gobernación real ha tenido la dominación”. (Sl 103:19; 145:13.) Los discípulos de Jesús oraron dirigiéndose a Dios: “Señor Soberano, tú eres Aquel que hizo el cielo y la tierra”. (Hch 4:24, NM; véanse también CEBIHA; HAR; NTI; NVI; Val.) Para la nación de Israel, Dios mismo constituía los tres poderes del gobierno: el judicial, el legislativo y el ejecutivo. El profeta Isaías dijo: “Jehová es nuestro Juez, Jehová es nuestro Dador de Estatutos, Jehová es nuestro Rey; él mismo nos salvará”. (Isa 33:22.) Moisés da una notable descripción de Dios como Soberano en Deuteronomio 10:17.
    Por ser Jehová el Soberano, tiene el derecho y la autoridad de delegar responsabilidades gubernativas. Hizo a David rey de Israel, y aunque las Escrituras hablan del ‘reino de David’, este rey reconoció a Jehová como el Gran Gobernante Soberano al decir: “Tuya, oh Jehová, es la grandeza y el poderío y la hermosura y la excelencia y la dignidad; porque todo lo que hay en los cielos y en la tierra es tuyo. Tuyo es el reino, oh Jehová, Aquel que también te alzas como cabeza sobre todo”. (1Cr 29:11.)
    Gobernantes terrestres. Los gobernantes de las naciones ejercen su limitada gobernación por tolerancia o permiso del Señor Soberano Jehová. Los gobiernos políticos no reciben su autoridad de Dios, es decir, no desempeñan su cargo debido a que Dios les haya concedido autoridad o poder, como se muestra en Revelación 13:1, 2, donde se dice que la bestia salvaje de siete cabezas y diez cuernos consigue “su poder y su trono y gran autoridad” del dragón, Satanás el Diablo. (Rev 12:9; véase BESTIAS SIMBÓLICAS.)
    De modo que aunque Dios ha permitido que se sucedan los gobiernos humanos, uno de sus reyes poderosos tuvo que reconocer por experiencia propia: “Su gobernación es una gobernación hasta tiempo indefinido, y su reino es para generación tras generación. Y a todos los habitantes de la tierra se está considerando como meramente nada, y él está haciendo conforme a su propia voluntad entre el ejército de los cielos y los habitantes de la tierra. Y no existe nadie que pueda detener su mano o que pueda decirle: ‘¿Qué estás haciendo?’”. (Da 4:34, 35.)
    Por ello, mientras Dios permita la existencia de los gobiernos humanos, aplicará la admonición del apóstol Pablo a los cristianos: “Toda alma esté en sujeción a las autoridades superiores, porque no hay autoridad a no ser por Dios; las autoridades que existen están colocadas por Dios en sus posiciones relativas”. Luego el apóstol explica que cuando estos gobiernos actúan para castigar al que hace el mal, la ‘autoridad superior’ o gobernante (aunque no sea un fiel adorador de Dios) actúa indirectamente como ministro de Dios en esta misión particular, al expresar ira sobre los malhechores. (Ro 13:1-6.)
    En cuanto a que estas autoridades están “colocadas por Dios en sus posiciones relativas”, las Escrituras indican que esto no significa que Dios haya constituido estos gobiernos ni que los apoye. Más bien, los ha utilizado para realizar su buen propósito en relación con su voluntad para sus siervos terrestres. Moisés dijo: “Cuando el Altísimo dio a las naciones una herencia, cuando separó a los hijos de Adán unos de otros, procedió a fijar el límite de los pueblos con consideración para el número de los hijos de Israel”. (Dt 32:8.)
    El hijo de Dios como Rey. Después de que se destronó al último rey que se sentó en el “trono de Jehová” en Jerusalén (1Cr 29:23), el profeta Daniel recibió una visión en la que contempló el nombramiento futuro del propio Hijo de Dios para ser Rey. La posición de Jehová sobresale claramente cuando Él, el Anciano de Días, concede la gobernación a su Hijo. El relato dice: “Seguí contemplando en las visiones de la noche, y, ¡pues vea!, con las nubes de los cielos sucedía que venía alguien como un hijo del hombre; y al Anciano de Días obtuvo acceso, y lo presentaron cerca, aun delante, de Aquel. Y a él fueron dados gobernación y dignidad y reino, para que los pueblos, grupos nacionales y lenguajes todos le sirvieran aun a él. Su gobernación es una gobernación de duración indefinida que no pasará, y su reino uno que no será reducido a ruinas”. (Da 7:13, 14.) Cuando se compara este texto con Mateo 26:63, 64, no queda ninguna duda de que el “hijo del hombre” mencionado en la visión de Daniel es Jesucristo. Él obtiene acceso a la presencia de Jehová y recibe autoridad para gobernar. (Compárese con Sl 2:8, 9; Mt 28:18.)
    Se desafía la soberanía de Jehová. La iniquidad ha existido durante la práctica totalidad de la existencia de la raza humana en la Tierra. La humanidad ha ido muriendo, y los pecados y las transgresiones contra Dios se han multiplicado. (Ro 5:12, 15, 16.) Como la Biblia indica que Dios dio al hombre un comienzo perfecto, han surgido las siguientes preguntas: ¿cómo empezaron el pecado, la imperfección y la iniquidad?, y ¿por qué ha permitido el Dios Todopoderoso que estas cosas continúen por siglos? Las respuestas tienen que ver con un desafío a la soberanía de Dios que planteó una cuestión suprema relacionada con la humanidad.
    Lo que Dios quiere de los que le sirven. Durante el transcurso de los siglos, Jehová Dios ha probado mediante sus palabras y acciones que es un Dios de amor y bondad inmerecida, que ejerce justicia y juicio perfectos, y que extiende misericordia a los que intentan servirle. (Éx 34:6, 7; Sl 89:14; véanse JUSTICIA; MISERICORDIA.) Ha expresado su bondad hasta a los desagradecidos e inicuos. (Mt 5:45; Lu 6:35; Ro 5:8.) Se deleita en el hecho de que su soberanía se administra con amor. (Jer 9:24.)
    Por ello desea que en su universo haya exclusivamente personas que le sirvan por amor a Él y a sus excelentes cualidades, que le amen primero a Él y después a su prójimo (Mt 22:37-39); que amen, deseen y antepongan Su soberanía a cualquier otra (Sl 84:10), y que, aunque puedan independizarse, escojan Su soberanía porque saben que Su gobernación es mucho más sabia, más justa y mejor que cualquier otra. (Isa 55:8-11; Jer 10:23; Ro 7:18.) Tales personas no sirven a Dios simplemente por temor a su omnipotencia ni por razones egoístas, sino por amor a Su justicia, derecho y sabiduría y debido a que conocen la grandeza y la bondad amorosa de Jehová. (Sl 97:10; 119:104, 128, 163.) Exclaman junto con el apóstol Pablo: “¡Oh la profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán inescrutables son sus juicios e ininvestigables sus caminos! Porque ‘¿quién ha llegado a conocer la mente de Jehová, o quién se ha hecho su consejero?’. O, ‘¿Quién le ha dado primero, para que tenga que pagársele?’. Porque procedentes de él y por él y para él son todas las cosas. A él sea la gloria para siempre. Amén”. (Ro 11:33-36.)
    Tales personas llegan a conocer a Dios, y en realidad conocerle implica amarle y apegarse a su soberanía. El apóstol Juan escribe: “Todo el que permanece en unión con él no practica el pecado; nadie que practica el pecado lo ha visto ni ha llegado a conocerlo”. Y: “El que no ama no ha llegado a conocer a Dios, porque Dios es amor”. (1Jn 3:6; 4:8.) Jesús, quien conocía a su Padre mejor que ningún otro, dijo: “Todas las cosas me han sido entregadas por mi Padre, y nadie conoce plenamente al Hijo sino el Padre, ni conoce nadie plenamente al Padre sino el Hijo, y cualquiera a quien el Hijo quiera revelarlo”. (Mt 11:27.)
    No se cultivó amor y aprecio. Por consiguiente, el desafío a la soberanía de Jehová provino de una criatura que, aunque disfrutaba de los beneficios de Su soberanía, no apreciaba su conocimiento de Él ni lo había cultivado, y, por ello, no había profundizado su amor a Él. Era una criatura celestial de Dios, un ángel. Cuando se instaló en la Tierra a la primera pareja humana, Adán y Eva, este ángel vio una oportunidad de atacar la soberanía de Dios. Primero intentaría desviar a Eva de la sumisión a la soberanía de Dios, y luego a Adán, y lo logró. Su deseo era establecer una soberanía rival.
    Eva, la primera a la que se puso a prueba, no había cultivado aprecio a su Creador y Dios, y no aprovechó la oportunidad que tuvo de conocerlo. Escuchó la voz de una criatura inferior, en apariencia la serpiente, pero en realidad la voz de un ángel rebelde. La Biblia no dice que Eva se sorprendiera de oír hablar a la serpiente, pero sí dice que la serpiente era “la más cautelosa de todas las bestias salvajes del campo que Jehová Dios había hecho”. (Gé 3:1.) Nada se comenta en cuanto a que la serpiente primero comiera del fruto prohibido del “árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo” y luego aparentase hacerse sabia y pudiera hablar. El ángel rebelde, valiéndose de la serpiente para que le hablase, le presentó a la mujer (según ella supuso) la oportunidad de hacerse independiente, “de ser como Dios, conociendo lo bueno y lo malo”, y logró convencerla de que no moriría. (Gé 2:17; 3:4, 5; 2Co 11:3.)
    Adán, que tampoco demostró tener aprecio y amor a su Creador y Proveedor cuando se enfrentó a la rebelión en el seno de su propia familia, no apoyó lealmente a Dios y sucumbió ante la persuasión de Eva. Perdió la fe en Dios y en Su poder de proporcionarle a su siervo leal todo buen don. (Compárese con lo que Jehová le dijo a David después de su pecado con Bat-seba, en 2Sa 12:7-9.) Adán también dio la impresión de sentirse ofendido por la pregunta de Jehová sobre su mala acción, pues respondió: “La mujer que me diste para que estuviera conmigo, ella me dio fruto del árbol y así es que comí”. (Gé 3:12.) Él no dio crédito a la mentira de la serpiente en cuanto a que no moriría, como sí había hecho Eva, pero tanto Adán como Eva emprendieron un derrotero de libre determinación, de rebelión contra Dios. (1Ti 2:14.)
    Adán no pudo decir: “Dios me somete a prueba”. Más bien, lo que sucedió estuvo en armonía con el principio: “Cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio deseo. Entonces el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado; a su vez, el pecado, cuando se ha realizado, produce la muerte”. (Snt 1:13-15.) De modo que los tres rebeldes —el ángel, Eva y Adán— emplearon la facultad del libre albedrío que Dios les había dado para pasar de la perfección a un comportamiento pecaminoso deliberado. (Véanse PECADO; PERFECCIÓN.)
    El punto en cuestión. ¿Qué es lo que aquí se cuestionó? ¿A quién criticó y difamó este ángel que más tarde recibiría el nombre de Satanás el Diablo, cuyo desafío apoyó Adán mediante su acción rebelde? ¿Era el hecho de la supremacía de Jehová, la existencia de su soberanía? ¿Estaba la soberanía de Dios en peligro? No, pues Jehová tiene autoridad y poder supremos, y nadie, ni en el cielo ni en la Tierra, puede arrebatárselos. (Ro 9:19.) Por lo tanto, el desafío tiene que haber sido en cuanto a lo propio, merecido y justo de la soberanía de Dios, si ejercía su soberanía de una manera digna, justa y para los mejores intereses de sus súbditos, o no. Prueba de esto se halla en la manera de dirigirse a Eva: “¿Es realmente el caso que Dios ha dicho que ustedes no deben comer de todo árbol del jardín?”. Con esas palabras la serpiente insinuó que tal cosa era inaceptable, que Dios era indebidamente restrictivo, que retenía algo que la pareja humana merecía legítimamente. (Gé 3:1.)
    ¿Qué era el árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo?
    Al tomar del fruto del “árbol del conocimiento de lo bueno y lo malo”, Adán y Eva expresaron su rebelión. El Creador, como Soberano Universal, estaba en su pleno derecho de promulgar la ley sobre el árbol, pues Adán, por ser persona creada, y no soberana, tenía limitaciones y necesitaba reconocer este hecho. Para que hubiera paz y armonía universal, sobre todas las criaturas racionales recaía la responsabilidad de reconocer y apoyar la soberanía del Creador. Adán demostraría que reconocía este hecho si se abstenía de comer el fruto de aquel árbol. Como padre en perspectiva de una Tierra poblada de criaturas humanas, tenía que demostrar su obediencia y lealtad hasta en lo más mínimo. El principio implicado era: “La persona fiel en lo mínimo es fiel también en lo mucho, y la persona injusta en lo mínimo es injusta también en lo mucho”. (Lu 16:10.) Adán tenía la capacidad de mostrar esa obediencia perfecta. Es evidente que no había nada intrínsecamente malo en el fruto del árbol en sí. (La prohibición no tenía nada que ver con las relaciones sexuales, pues Dios había mandado a la pareja que ‘llenasen la tierra’. [Gé 1:28.] Era el fruto de un árbol literal, como dice la Biblia.) La nota al pie de la página que aparece en Génesis 2:17 en la Biblia de Jerusalén expresa bien qué representaba el árbol:
    “Esta ‘ciencia’ [conocimiento] es un privilegio que Dios se reserva y que el hombre usurpará por el pecado, [Génesis] 5, 22. No es, pues, ni la omnisciencia, que el hombre caído no posee, ni el discernimiento moral, que ya poseía el hombre inocente y que Dios no niega a su criatura racional. Es la facultad de decidir uno por sí mismo lo que es bueno y lo que es malo, y de obrar en consecuencia: una reclamación de autonomía moral, por la que el hombre no se conforma con su condición de criatura [...]. El primer pecado ha sido un atentado a la soberanía de Dios, un pecado de orgullo.”
    Se acusa a los siervos de Dios de egoísmo. Una expresión posterior de esta cuestión se halla en lo que Satanás dijo a Dios en cuanto a su siervo fiel Job. Estas fueron sus palabras: “¿Ha temido Job a Dios por nada? ¿No has puesto tú mismo un seto protector alrededor de él y alrededor de su casa y alrededor de todo lo que tiene en todo el derredor? La obra de sus manos has bendecido, y su ganado mismo se ha extendido en la tierra. Pero, para variar, sírvete alargar la mano, y toca todo lo que tiene, y ve si no te maldice en tu misma cara”. Después, Satanás de nuevo presentó la siguiente acusación: “Piel en el interés de piel, y todo lo que el hombre tiene lo dará en el interés de su alma”. (Job 1:9-11; 2:4.) De ese modo acusaba a Job de no estar en armonía con Dios de corazón, que servía obedientemente a Dios solo por motivos egoístas, por lucro. Satanás calumnió a Dios respecto al ejercicio de Su soberanía, y a los siervos de Dios, en cuanto a su integridad a esa soberanía. Dijo a todos los efectos que no habría ningún hombre sobre la Tierra que mantuviese integridad a la soberanía de Jehová si a él, Satanás, se le permitía ponerle a prueba.
    Jehová aceptó el desafío. No lo hizo debido a que dudara de la justicia de su soberanía. Él no necesitaba que se le probase nada. Permitió tiempo para que se analizara esta cuestión debido al amor que sentía por sus criaturas inteligentes. Dejó que Satanás pusiese al hombre a prueba ante todo el universo. Dio a sus criaturas el privilegio de demostrar que el Diablo es un mentiroso y de quitar la calumnia que manchaba, no solo el nombre de Dios, sino también el suyo propio. Satanás, con su actitud egotista, fue ‘entregado a un estado mental desaprobado’. Su enfoque al abordar a Eva fue totalmente contradictorio. (Ro 1:28.) Por una parte acusó a Dios de ejercer su soberanía de manera injusta y parcial, pero por otra debía contar con Su imparcialidad: al parecer pensó que Dios se consideraría obligado a dejarle vivir si podía probar su acusación con respecto a la infidelidad de las criaturas de Dios.
    Era vital zanjar la cuestión. El que se zanjara la cuestión en realidad era un asunto vital para todos los vivientes en lo que respecta a su relación con la soberanía de Dios. Pues, una vez resuelta la cuestión nunca haría falta probarla de nuevo. Jehová deseaba que se dieran a conocer en detalle los pormenores relacionados con dicha cuestión, para que todos pudieran entenderla cabalmente. La medida que Dios tomó engendra confianza en su inmutabilidad, realza su soberanía, la hace aún más deseable y la deja firmemente establecida en la mente de todos los que la escogen. (Compárese con Mal 3:6.)
    Una cuestión moral. Por tanto, no se trata de una cuestión de poder o fuerza; es principalmente una cuestión moral. Sin embargo, debido a que Dios es invisible y Satanás ha hecho todo esfuerzo posible por cegar la mente de los hombres, a veces se ha puesto en duda el poder de Jehová o incluso su existencia. (1Jn 5:19; Rev 12:9.) Los hombres han interpretado mal la razón por la que Dios ha ejercido paciencia y bondad, y se han vuelto más rebeldes. (Ec 8:11; 2Pe 3:9.) Debido a ello, el servir a Dios con integridad ha requerido ejercer fe y experimentar sufrimiento. (Heb 11:6, 35-38.) No obstante, Jehová se propone dar a conocer a todos su soberanía. En Egipto le dijo a Faraón: “En realidad, por esta causa te he mantenido en existencia, a fin de mostrarte mi poder y para que mi nombre sea declarado en toda la tierra”. (Éx 9:16.) De igual manera, Dios ha permitido un tiempo para que tanto este mundo como su dios, Satanás el Diablo, existan y desarrollen su iniquidad, y también ha fijado un tiempo para su destrucción. (2Co 4:4; 2Pe 3:7.) La oración profética del salmista fue: “Para que la gente sepa que tú, cuyo nombre es Jehová, tú solo eres el Altísimo sobre toda la tierra”. (Sl 83:18.) Jehová mismo había jurado: “Ante mí toda rodilla se doblará, a mí toda lengua jurará, y dirá: ‘De seguro en Jehová hay plena justicia y fuerza’”. (Isa 45:23, 24.)
    El alcance de la cuestión. ¿Cuál fue el alcance de la cuestión? Puesto que se indujo al hombre a pecar y un ángel había pecado, la cuestión llegó a incluir a las criaturas celestiales de Dios, hasta a su Hijo unigénito, el que estaba más cerca de Jehová Dios. Este, que siempre hacía las cosas que le agradaban a su Padre, estaría muy ansioso de servir para la vindicación del nombre y la soberanía de Dios. (Jn 8:29; Heb 1:9.) Dios lo seleccionó para esta asignación, y lo envió a la Tierra, donde nació como hijo varón de la virgen María. (Lu 1:35.) Jesús fue perfecto y mantuvo su perfección y su condición intachable durante toda su vida, incluso aguantando una muerte deshonrosa. (Heb 7:26.) Antes de su muerte dijo: “Ahora se somete a juicio a este mundo; ahora el gobernante de este mundo será echado fuera”. También: “El gobernante del mundo viene. Y él no tiene dominio sobre mí”. (Jn 12:31; 14:30.) Como Satanás no pudo conseguir quebrantar la integridad de Cristo, el juicio fue que había fracasado y estaba listo para ser echado fuera. Jesús ‘venció al mundo’. (Jn 16:33.)
    Jesucristo el Vindicador de Dios. Así, de una manera totalmente perfecta, Jesucristo demostró que el Diablo era un mentiroso y zanjó por completo la cuestión: ¿habrá algún hombre fiel a Dios bajo cualquier tentación o prueba que pudiera presentársele? Por lo tanto, el Dios Soberano lo nombró Ejecutor de sus propósitos, el que erradicaría del universo la iniquidad e incluso al Diablo. Él ejercerá esta autoridad, y ‘toda rodilla se doblará y toda lengua reconocerá abiertamente que Jesucristo es Señor para la gloria de Dios el Padre’. (Flp 2:5-11; Heb 2:14; 1Jn 3:8.)
    En el dominio que se otorga al Hijo, gobierna en el nombre de su Padre, ‘reduciendo a la nada’ todo gobierno y toda autoridad y poder que se opone a la soberanía de Jehová. El apóstol Pablo revela que después Jesucristo ofrecerá el más alto tributo a la soberanía de Jehová que se puede ofrecer, pues, “cuando todas las cosas le hayan sido sujetadas, entonces el Hijo mismo también se sujetará a Aquel que le sujetó todas las cosas, para que Dios sea todas las cosas para con todos”. (1Co 15:24-28.)
    El libro de Revelación muestra que una vez que concluya el Reino de mil años de Cristo, en el que acabará con toda autoridad que intente rivalizar con la soberanía de Jehová, se soltará al Diablo por un corto período de tiempo. Intentará revivir la cuestión, pero no se concederá mucho tiempo para aquello que ya está zanjado. Satanás y los que le siguen serán completamente aniquilados. (Rev 20:7-10.)
    Otros vindicadores. Aunque la fidelidad de Cristo ha demostrado que la razón esta de parte de Dios en esta gran cuestión, se permite que otros participen en apoyarlo. (Pr 27:11.) Los efectos del proceder íntegro de Cristo, que incluyó su muerte sacrificatoria, están señalados así por el apóstol: “Mediante un solo acto de justificación el resultado a toda clase de hombres es el declararlos justos para vida”. (Ro 5:18.) Cristo ha sido nombrado Cabeza de un “cuerpo” o congregación (Col 1:18), cuyos miembros participan en su muerte de integridad, y él está contento de que ellos participen con él como coherederos, como reyes asociados en su gobernación del Reino. (Lu 22:28-30; Ro 6:3-5; 8:17; Rev 20:4, 6.) Hombres fieles de la antigüedad que estaban a la expectativa de esta provisión de Dios mantuvieron integridad aunque tenían un cuerpo imperfecto. (Heb 11:13-16.) Y los otros muchos que finalmente doblarán las rodillas en reconocimiento de la Soberanía de Dios, también lo harán, reconociendo de corazón lo justo y merecido de dicha soberanía. Como cantó proféticamente el salmista, “toda cosa que respira... alabe a Jah. ¡Alaben a Jah!”. (Sl 150:6.)
    Tomado de Perspicacia....Volumen 2, pág,1044.