LA ATALAYA JUNIO DE 2013
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¿Cuándo desaparecerán los prejuicios?
“TENGO un sueño.” Estas palabras fueron pronunciadas el 28 de agosto de 1963 por Martin Luther King, hijo —defensor estadounidense de los derechos civiles—, en su más famoso discurso. Él repitió esa cautivadora frase varias veces para expresar su esperanza de que algún día la gente se viera libre de los prejuicios raciales. Aunque su público se encontraba en Estados Unidos, personas de todo el mundo han hecho suya la esencia de ese sueño.
Tres meses después de aquel discurso, el 20 de noviembre de 1963, más de cien países adoptaron la Declaración de las Naciones Unidas sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial, y en las décadas siguientes se adoptaron otras iniciativas internacionales. Hoy, cincuenta años después, tenemos que preguntarnos: ¿cuál ha sido el resultado de tan loables esfuerzos?
El 21 de marzo de 2012, Ban Ki-moon, Secretario General de la ONU, declaró: “Existen muchos tratados e instrumentos valiosos, además de un marco mundial amplio, para prevenir y erradicar el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y otras formas conexas de intolerancia. No obstante, el racismo sigue causando sufrimientos a millones de personas en todo el mundo”.
E incluso en los países donde se ha avanzado en la lucha contra el prejuicio racial y de otros tipos, cabe preguntarse: ¿realmente se han eliminado de la gente estos sentimientos tan arraigados, o solo se ha evitado que los exterioricen? Hay quienes piensan que dichos avances solo ayudan a evitar la discriminación, pero no pueden eliminar el prejuicio. ¿Por qué? Porque la discriminación es un acto que la ley puede castigar, mientras que el prejuicio es interno: está relacionado con los pensamientos y los sentimientos. Y eso no es fácil de regular.
Para eliminar el prejuicio, no basta con evitar la discriminación; hay que transformar también los pensamientos y sentimientos hacia los miembros de otros grupos. ¿Será eso posible? Y si lo es, ¿cómo se logrará? Al analizar tres casos de la vida real, veremos no solo que la gente puede cambiar, sino también lo que ha ayudado a muchos a hacerlo.
LA BIBLIA LES AYUDÓ A VENCER EL PREJUICIO
Linda: Nací en Sudáfrica y soy blanca. Para mí, los miembros de otras razas eran inferiores, ignorantes y poco confiables; los veía solo como sirvientes de los blancos. Vivía esclava de los prejuicios sin siquiera darme cuenta. No obstante, mi actitud cambió cuando comencé a estudiar la Biblia. Aprendí que “Dios no es parcial” y que lo que hay en el corazón es más importante que el color de la piel o el idioma que uno habla (Hechos 10:34, 35; Proverbios 17:3). En Filipenses 2:3 aprendí que para vencer los prejuicios, tengo que considerar que los demás son superiores a mí. Este y otros principios bíblicos me han enseñado a interesarme en el prójimo sin importar su color de piel. Ahora vivo libre de las cadenas del prejuicio.
Michael: Soy de Australia. Crecí en una zona mayoritariamente blanca, lo cual creó en mí fuertes prejuicios en contra de los asiáticos, sobre todo los chinos. Si iba en mi auto y veía uno, bajaba la ventanilla y le gritaba cosas como: “¡Vete a tu país, asiático!”. Con el tiempo comencé a estudiar la Biblia y comprendí cómo ve Dios a las personas. Él las ama sin importar su origen o apariencia. Eso me llegó al corazón y transformó mi odio en amor. Es increíble el cambio tan radical que he experimentado. Ahora disfruto la compañía de gente de todo país y cultura, lo cual ha ampliado mis horizontes y me ha hecho muy feliz.
Sandra: Mi madre era de Umunede, pueblo del estado de Delta, en Nigeria, y la familia de mi padre era del estado de Edo, donde se habla esán. Debido a estas diferencias, mi madre sufrió el fuerte prejuicio de la familia de mi padre hasta el día de su muerte. Así que juré que jamás tendría tratos con nadie que hablara esán ni me casaría con nadie de Edo. Sin embargo, el estudio de la Biblia cambió mi manera de ver las cosas. Si la Biblia dice que Dios es imparcial y que acepta a todo el que le teme, ¿quién soy yo para odiar a la gente por su tribu o su idioma? Corregí mi actitud y me reconcilié con la familia de mi padre. Seguir los principios bíblicos me ha dado paz mental y felicidad. También me ha ayudado a llevarme bien con los demás sin importar su origen, raza o idioma. ¡Y al final me casé con un hombre de Edo que habla esán!
¿Por qué ha logrado la Biblia ayudar a estas y muchas otras personas a superar odios y prejuicios tan arraigados? Porque es la Palabra de Dios. La Biblia tiene el poder de modificar lo que una persona piensa y siente sobre los demás. Pero además enseña qué otra cosa se necesita para eliminar todos los prejuicios.
EL REINO DE DIOS ACABARÁ CON TODOS LOS PREJUICIOS
Aunque la Palabra de Dios puede ayudarnos a controlar y eliminar sentimientos negativos, hay otros dos problemas que resolver antes de que el prejuicio desaparezca por completo. El primero tiene que ver con el pecado y la imperfección. La Biblia declara sin rodeos: “No hay hombre que no peque” (1 Reyes 8:46). Por eso tenemos la misma lucha interna que el apóstol Pablo, quien escribió: “Cuando deseo hacer lo que es correcto, lo que es malo está presente conmigo” (Romanos 7:21). Esa es la razón por la que de vez en cuando surgen en nuestro corazón imperfecto “razonamientos perjudiciales”, los cuales son el combustible del prejuicio (Marcos 7:21).
El segundo problema es la influencia del Diablo. La Biblia lo llama homicida y dice que “está extraviando a toda la tierra” (Revelación [Apocalipsis] 12:9; Juan 8:44). Eso explica por qué está tan extendido el prejuicio y por qué parece imposible eliminar el fanatismo, la discriminación, el genocidio y otros tipos de intolerancia racial, religiosa y social.
Por tanto, para que el prejuicio desaparezca por completo, antes tienen que desaparecer el pecado y la imperfección, así como la influencia del Diablo. La Biblia muestra que eso es precisamente lo que sucederá gracias al Reino de Dios.
Jesucristo enseñó a sus discípulos a orar a Dios con estas palabras: “Venga tu reino. Efectúese tu voluntad, como en el cielo, también sobre la tierra” (Mateo 6:10). El Reino de Dios eliminará la intolerancia, los prejuicios y demás injusticias.
Cuando venga el Reino de Dios y tome las riendas de nuestro planeta, el Diablo será atado, es decir, no se le permitirá “[extraviar] más a las naciones” (Revelación 20:2, 3). Entonces habrá una “nueva tierra”, o sociedad humana, en la que “la justicia habrá de morar” (2 Pedro 3:13). *
Los miembros de esa nueva sociedad humana justa serán liberados del pecado y llegarán a ser perfectos (Romanos 8:21). Los súbditos del Reino de Dios “no harán ningún daño ni causarán ninguna ruina”. ¿Por qué? “Porque la tierra ciertamente estará llena del conocimiento de Jehová.” (Isaías 11:9.) La humanidad aprenderá los caminos de Jehová e imitará su afectuosa personalidad. Ese será, sin duda alguna, el fin de todos los prejuicios, pues “con Dios no hay parcialidad” (Romanos 2:11).