Recaes en el vino
porque no te bastan los geranios,
las montañas moradas
que circundan el valle,
tu ventana,
el tigre en el suelo
para jugar al Edén
cuando te plazca,
el gato blanco ausente,
sin los ojos azules,
la tarde y la yarda,
casi paradisiacas,
los esprinklers,
las agujas y el hilo
con que tejes a Ulises,
a Telémaco
y a todas las simientes
y sus frutos,
sin venda frontal
ni jambas de las puertas.
Recaes en el vino
porque no te basta el azafrán
y todos sus milagros.
Recaes en el vino
y fue peor:
Ahora él llora
después de velar tu sueño
con los sorbos escondidos
en el closert.
Recaes en el vino
y descubres
que no basta tu entrega,
que no basta tu inercia
a su rumbo indetenible.
Recaes en el vino
y no bastan tu Biblia,
los casetes que escuchas,
la oración, el canal, el pastor,
la novela...
Recaes en el vino
y te das cuenta
que siempre hay un jamás,
un hoyo, un hasta luego,
un no volver jamás,
un subir la memoria
al corazón,
un imposible,
un horizonte
que te espanta.
Recaes en el vino
y yo me apeno.
Recaigo en el poema,
y sobrevivo
una vez más,
no sé hasta cuándo.