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Tuesday, December 11, 2012

Geopetróleo y ajedrez político.


Tomado del blog Café Fuerte.

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DetallesPublicado el Lunes, 10 Diciembre 2012 10:31 Por Café Fuerte . inShare.0Powered by Agenzia Web

Foto de la llegada de Chávez a Cuba en la madrugada de este lunes.

Por Carlos Cabrera Pérez



Nicolás Maduro es el hombre… de Lula Da Silva y Barack Obama, pero a estas horas nadie puede asegurar que logre hacerse con el santo y la limosna de esa gran coalición en que ha devenido el chavismo, unido por el respeto al caudillo yaciente en el oeste habanero y por el amor infinito a los dólares norteamericanos, pasión desenfrenada de la oligarquía bolivariana.



Raúl Castro ha tenido que emplearse a fondo para neutralizar a la línea radical procastrista del chavismo, encabezada por Adán Chávez, un teórico intoxicado de maoísmo, estalinismo y fidelismo, pero que resulta incómodo para todos los actores del funeral pactado.



El abandono de su hermano Fidel -gradualmente aislado desde que cedió el testigo y su idea de que su tiempo político pasa por la estabilidad que Caracas sea capaz de aportar a su régimen- facilitó a Raúl Castro la misión sugerida por Lula, quien se aseguró que Washington no recelara de las discretas gestiones de La Habana.



Juan Manuel Santos exigió garantías de que la Venezuela post Chávez fuera un buen vecino y el Palacio de la Revolución, ofreció el de Convenciones para que la guerrilla de las FARC y el gobierno colombiano negociaran el fin de unos de los conflictos más prolongados del continente.



Vieja costumbre



La CIA y demás agencias de Inteligencia norteamericanas están al tanto de lo que negocian en La Habana los contendientes colombianos, gracias a la colaboración discreta y eficaz de la Dirección de Inteligencia raulista, que conserva la vieja costumbre castrista de grabar a amigos, enemigos y neutrales. Información que complementará con su estación en Bogotá, muy activa desde que Chávez enfermó.



Lula ha garantizado a Raúl Castro que con Obama casi todo es posible y lo apremió para que no corriera el riesgo de una vuelta de los republicanos al Despacho Oval, pero el escenario con un Partido Republicano al borde del desguace, incluso en Florida, da oxígeno al mandatario cubano, que aún debe lidiar con el creciente descontento popular y las acciones más inteligentes de sus opositores.



Los recientes gestos y pronunciamientos de portavoces de Obama, tendiendo la mano a Raúl Castro, indican que la Casa Blanca está moderadamente satisfecha de la actuación de La Habana en el conflicto venezolano, aunque se mantengan frentes abiertos para garantizar la menguada legitimidad emocional del castrismo.



Los más interesados en que Cuba no explote son los norteamericanos, permanentes y fieles aliados del castrismo, al que ayudaron desde su nacimiento, pidiendo a Batista que abandonara el poder, haciendo famosos a los guerrilleros de Sierra Maestra y luego ejerciendo la más torpe de las políticas posible frente a un adversario insignificante.



Obama ya no se juega nada porque no puede reelegirse, pero ningún hombre público está a salvo de la vanidad de pensar que puede resolver el último conflicto de la Guerra Fría en la región y pasar a la historia no solo como el primer presidente negro en Estados Unidos, sino como el que arregló el diferendo cubano. Solo que tiene un caso cada vez más espinoso en sus manos: la prisión del contratista Alan Gross en Cuba.



Represión convulsiva



Raúl Castro no haría ascos a un acercamiento real, pero teme que una mejora de las relaciones se lleve por delante al tardocastrismo, sin darle tiempo siquiera a salvar la opción que sus hijos, nietos y sobrinos puedan quedarse a vivir en paz en la isla. Y por eso duda si esperar a que muera su hermano para abrir el melón real de la Transición o morir lo más tranquilamente posible y luego dejar esa incómoda tarea de traicionar la gloria, que dicen se ha vivido, a sus sucesores.



De ahí que su represión sea tan convulsiva. Un día golpea y mete preso a Antonio Rodiles, luego lo suelta con una multa; ahora condena a cinco años de cárcel a Ángel Santiesteban y ordena atacar a las Damas de Blanco con el cínico pretexto de que no respetan el dolor del pueblo cubano por la mala salud de su aliado venezolano. El poder castrista está enfermo de miedo y pretende ser el único interlocutor frente a Washington: así les va.



La economía venezolana muestra signos inequívocos de agotamiento y cuando las locomotoras aminoran la marcha o se paran; escasean o desaparecen los recursos para comprar fidelidades y votos y el dinero para ponerlo a salvo en paraísos fiscales o invertirlo allende los mares a nombre de testaferros.



Henrique Capriles y la oposición venezolana han acusado la derrota electoral; incluso una encuesta lo da como perdedor en su feudo de Miranda, que incluye una parte de Caracas. Pero el nuevo escenario podría concederle una segunda oportunidad si es capaz de rehacerse y reaparecer ante los venezolanos, Estados Unidos, Europa e Iberoamérica como un hombre de Estado, que es la exigencia mayoritaria de los votantes no fanatizados.



La recaída de Chávez -que no es tal porque nunca se ha curado- podría remover una pequeña franja de voto sentimental, pero una porción notable de venezolanos puede sentirse engañado a estas horas, al descubrir que votó a Chávez para que Maduro sea presidente por creerle al caudillo, desestimando las voces que insistían en su gravedad.



El nuevo hombre fuerte evitará cualquier atisbo público de deslealtad a su antecesor, pero a estas horas ya debe haber enviado mensaje discreto a Obama pidiéndole tener línea directa para ir despojándose gradualmente de la tutela de Castro y Lula, aunque sin dejar de atender sus reclamos, incluso insistiendo ante la Casa Blanca que él podría mediar con los cubanos.



La hora de las tentaciones



Y el mensaje de Maduro no podría llegar en mejor momento a Washington porque implicaría recuperar -sin aspavientos- un suministrador estable y cercano geográficamente de petróleo de alta calidad, y garantizarse que el crudo del Orinoco (el peor de todos los que atesora el subsuelo venezolano) seguirá llegando a La Habana para evitar el colapso.



Lula podría sentirse decepcionado en un primer momento. Obama y Maduro lo tranquilizarán, pidiéndole que no se aleje para que siga ejerciendo de garante con La Habana que -si llegara a sentirse traicionada o desplazada- podría tener la tentación de mover sus hilos para hacer caer a Maduro.



Pero tras la rabia inicial, Raúl Castro instruirá a los suyos para que guarden cualquier atisbo de indignación y se pongan a trabajar para ser parte de las soluciones y no el problema, porque si La Habana llegara a ser un obstáculo para la normalización de Venezuela, el eje bolivariano tendría que reacomodar su relación con el castrismo y Obama -libre ya de ataduras y con una contrastada voluntad de acercarse a Cuba- podría dejar fuera de juego a los castristas y propiciar, Lula mediante, un bloque hegemónico formado por Brasil, Colombia, México y Venezuela.



Raúl Castro también sabe que la buena voluntad de la Casa Blanca, Lula, y de los Palacios de la Revolución y Nariño no son suficientes para que Nicolás Maduro consiga mantener unida a la gran coalición que llevó a la victoria reciente a Chávez porque incluso los partidos más fuertes padecen de corrientes internas, como es el caso del Partido Comunista de Cuba, y la Constitución venezolana no permite la sucesión, sino que obliga a convocar elecciones.



De hecho, en el video de Chávez explicando que vuelve a La Habana para operarse debido a la “reaparición de células malignas” en la región pélvica, además de situar a Maduro como sucesor, cuenta que estuvo reunido con Fidel y Raúl Castro para analizar la situación y pide -especialmente a los militares- que mantengan la unidad en torno a la revolución.



Una imagen borrosa



O sea, la confirmación de que el aparato cubano controla Venezuela en la misma medida en que Chávez esté activo y que no todos los militares y civiles venezolanos toleran con igual resignación el intrusismo y la penetración castrista en sus principales estructuras.



Chávez llegó esta madrugada a Cuba. Esta vez hubo foto de la llegada, con Raúl Castro al pie de la escalerilla. Una foto borrosa, de mala calidad, no atribuida esta vez a los Estudios Revolución. Una imagen donde las siluetas y las expresiones no se definen nítidamente, como metáfora perfecta de la situación en curso.



La presunta operación quirúrgica -hay informes que indican que el presidente venezolano no resistiría un cuarto viaje al quirófano- ocurriría de inmediato y luego habrá que seguir, día a día, los signos y los gestos en La Habana y Caracas. El desenlace podría ocurrir en semanas, aunque el mandatario venezolano -como expresó en su alocución del sábado en la noche- siga aferrado a un milagro.



En este escenario, los hasta ahora garantes del orden venezolano incluso ante Estados Unidos, es decir, los asesores cubanos, pierden capacidad de influencia y tendrán que reacomodar su actuación a la prioridad de La Habana de no generar roces internos y, sobre todas las cosas, de no provocar una situación que sirva como pretexto a Maduro y Obama para dejarlos al margen.



Raúl Castro tiene experiencia sobrada en estas lides como lo demuestra el caso de Angola, pero el ajedrez venezolano se tornará tan complejo que obligará a un rediseño de las tácticas y estrategias a seguir, porque todo ello debe hacerlo sin lastimar a Maduro, sin enojar aún más al bloque procastrista y manteniendo una comunicación fluida con la oposición venezolana, aunque no exenta de desconfianzas mutuas.



Ambos se necesitan: los venezolanos para seguir en el poder o alcanzarlo, y los cubanos para que no les apaguen la luz.