Miro tiernamente el cielo
del crepúsculo otoñal,
cuando ya no me quedan
ni siquiera las estrellas.
Apenas un lucero blanco
que dicen es el planeta Martes.
Rumoran que bombardearon
la luna los americanos
para ver si tenía agua,
y que ahora se está achicando,
y muy pronto se volverá sangre.
Miro tiernamente el patio
de la ex-casa de familia,
y las infartantes cervezas
están optimistas,
como el pan de los aviones,
pues" ya casi cesa la depresión,
y peor fue la de los años 30".
Los niños aprenden a contar
con las piedras del patio,
y la diversidad de los colores
con las hojas de los árboles
y los troncos
listos para el próximo desnudo
y para hacer el amor
con los copos de nieve
y sus múltiples formas,
buenos también
para aprender la Geometría.
Los niños pintan osos y dinosaurios,
lobos y caperucitas locas y rojas
corriendo en sus círculos,
pintan carros, animales, peces, soles,
zoológicos y ferias
y hasta perlas
y parques de divertirse.
Ellos no pintan explosiones en el sol,
ni guerras, ni huracanes,
ni mineros atrapados,
ni incendios de edificios
o guarderías ,ni terremotos,
ni volcanes, ni la crudeza del destierro...
y el hambre o la mala nutrición
existente hasta
en el primer mundo.
Pronto los niños bolean
y o se enojan.
Mas su sonrisa es triunfal
y acaban jadeantes
sobre la hierba,
exhaustos,
libres y felices,
como el gran placer
del paraíso que vendrá
y que sí dibujan
por ser sabios.