Martes 23 de junio
Mantengan abiertos los ojos y guárdense de toda suerte de codicia, porque hasta cuando uno tiene en abundancia, su vida no resulta de las cosas que posee (Luc. 12:15).
Desde luego, fue muy apropiado que Jesús iniciara esta advertencia contra la codicia con las palabras “Mantengan abiertos los ojos”.
¿Por qué? Porque a las personas les resulta muy fácil reconocer la codicia en los demás, pero raras veces la reconocen en sí mismas.
El apóstol Pablo indica, de todas formas, que “el amor al dinero es raíz de toda suerte de cosas perjudiciales” (1 Tim. 6:9, 10).
Y el discípulo Santiago señala que un deseo impropio, “cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado” (Sant. 1:15).
De ahí que, siguiendo la recomendación de Jesús, debamos ‘mantener abiertos los ojos’.
Ahora bien, el objetivo no es descubrir si los demás encajan en la descripción del codicioso, sino hacernos un examen de conciencia a fin de averiguar cuáles son los verdaderos deseos de nuestro corazón. De esta forma ‘nos guardaremos de toda suerte de codicia’.
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