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“EDIFICARÁN CASAS, Y [...] PLANTARÁN VIÑAS”
¿A quién no le gustaría tener su propia casa, un lugar donde su familia pueda sentirse segura?
Sin embargo, el mundo actual se enfrenta a una enorme crisis de vivienda.
Las grandes ciudades están abarrotadas, y muchos de sus habitantes se las arreglan como pueden malviviendo en barrios pobres en condiciones míseras.
Para estas personas, la idea de poseer un hogar digno no es más que un sueño.
Bajo el Reino, todo el mundo verá cumplido su deseo de poseer un hogar, pues Isaías profetizó: “Edificarán casas, y las ocuparán; y ciertamente plantarán viñas y comerán su fruto” (Is. 65:21).
Claro está, hoy día hay personas que ya disponen de una casa, y algunos incluso de una gran propiedad o una mansión.
Pero siempre existe el miedo de perderla por problemas económicos o el de sufrir el asalto de un ladrón o algo peor.
El Reino de Dios también eliminará esas preocupaciones, pues el profeta Miqueas escribió: “Se sentarán, cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá nadie que los haga temblar” (Miq. 4:4).
¿Cómo debe influir en nosotros esta magnífica esperanza?
Por supuesto, todos necesitamos una vivienda digna.
Pero en lugar de afanarnos ahora por conseguir la casa de nuestros sueños y quizá endeudarnos hasta el cuello, ¿no sería más lógico concentrarnos en la promesa de Jehová?
Refiriéndose a sí mismo, Jesús dijo: “Las zorras tienen cuevas y las aves del cielo tienen donde posarse, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza” (Luc. 9:58).
Jesús contaba con la capacidad y los conocimientos necesarios para construir o comprar la mejor vivienda imaginable. ¿Por qué no lo hizo? Sin duda,
porque no quería distraerse ni enredarse en nada que le hiciera relegar el Reino a un segundo plano.
¿Podemos imitar su ejemplo y mantener el ojo sencillo, evitándonos los enredos y preocupaciones que conlleva el materialismo? (Mat. 6:33, 34.)
¿A quién no le gustaría tener su propia casa, un lugar donde su familia pueda sentirse segura?
Sin embargo, el mundo actual se enfrenta a una enorme crisis de vivienda.
Las grandes ciudades están abarrotadas, y muchos de sus habitantes se las arreglan como pueden malviviendo en barrios pobres en condiciones míseras.
Para estas personas, la idea de poseer un hogar digno no es más que un sueño.
Bajo el Reino, todo el mundo verá cumplido su deseo de poseer un hogar, pues Isaías profetizó: “Edificarán casas, y las ocuparán; y ciertamente plantarán viñas y comerán su fruto” (Is. 65:21).
Claro está, hoy día hay personas que ya disponen de una casa, y algunos incluso de una gran propiedad o una mansión.
Pero siempre existe el miedo de perderla por problemas económicos o el de sufrir el asalto de un ladrón o algo peor.
El Reino de Dios también eliminará esas preocupaciones, pues el profeta Miqueas escribió: “Se sentarán, cada uno debajo de su vid y debajo de su higuera, y no habrá nadie que los haga temblar” (Miq. 4:4).
¿Cómo debe influir en nosotros esta magnífica esperanza?
Por supuesto, todos necesitamos una vivienda digna.
Pero en lugar de afanarnos ahora por conseguir la casa de nuestros sueños y quizá endeudarnos hasta el cuello, ¿no sería más lógico concentrarnos en la promesa de Jehová?
Refiriéndose a sí mismo, Jesús dijo: “Las zorras tienen cuevas y las aves del cielo tienen donde posarse, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza” (Luc. 9:58).
Jesús contaba con la capacidad y los conocimientos necesarios para construir o comprar la mejor vivienda imaginable. ¿Por qué no lo hizo? Sin duda,
porque no quería distraerse ni enredarse en nada que le hiciera relegar el Reino a un segundo plano.
¿Podemos imitar su ejemplo y mantener el ojo sencillo, evitándonos los enredos y preocupaciones que conlleva el materialismo? (Mat. 6:33, 34.)