A nadie debería sorprender. Fue una esgrima ideológica en consonancia
con el llamado del presidente Raúl Castro a "promover la mayor democracia en nuestra sociedad, empezando por dar el ejemplo dentro de las filas del Partido, lo que presupone fomentar un clima de máxima confianza y la creación de las condiciones requeridas en todos los niveles para el más amplio y sincero intercambio de opiniones, tanto en el seno de la organización, como en sus vínculos con los trabajadores y la población, favoreciendo que las discrepancias sean asumidas con naturalidad y respeto, incluyendo a los medios de comunicación masiva". Lo que sí puede sorprender a algunos es el silencio absoluto con el que tanto la gran prensa internacional como la industria propagandística contrarrevolucionaria, financiada por el gobierno norteamericano, que tan a menudo tildan de oficialistas y monocordes a los intelectuales cubanos acogieron dicho debate.
Para el magnate
Carlos Saladrigas, que salió de una conferencia en La Habana para un evento conspirativo de la ultrarreacionaria Heritage Fundation en Washington con los patrocinadores del bloqueo y la injerencia en Cuba como
Marco Rubio, la dirección de
Radio Martí y el entramado de la subversión anticubana, todo el espacio. Para los que, en coincidencia con el candidato de Washington en Venezuela,
Henrique Capriles, proclaman luchar "desde abajo y a la izquierda" pero
como dice Silvio sólo tienen palabras "para criticar y denostar a los que han logrado hacer cosas concretas desde la izquierda, como por ejemplo tomar el poder", resonancia y apoyo. Para quienes intenten lavar el expediente, luego de haber ocupado responsabilidades en el Estado o el Partido, y ganarse un puesto en lo que piensan será la Cuba del futuro como jueces de un pasado del que deben distanciarse mientras más pronto mejor, el guiño cómplice.
Los más recientes acontecimientos y
las subsiguientes denuncias han descalificado profundamente a la contrarrevolución que se reconoce como tal y hecho evidentes sus vínculos con el gobierno de Estados Unidos. En paralelo, y desde antes, se ha venido produciendo un desplazamiento de la atención mediática y de la difusión en Internet hacia un grupo de actores que, con un lenguaje que cada vez se cuida menos de tomar distancia de la contrarrevolución tradicional, aunque algunas veces se defina de “izquierda”, trata de aprovechar cualquier ausencia o contradicción en la información sobre los procesos en marcha en el país para atacar la legitimidad de las instituciones revolucionarias y su liderazgo, presentándolas como divorciadas de los intereses populares.
Quienes -como demostraron los líderes del sindicato Solidaridad en Polonia- sólo se interesan en los trabajadores para escalar hacia el poder y entregárselo a sus enemigos, a la vez que engordan los bolsillos, necesitan un pueblo alejado de sus dirigentes e instituciones. Nunca olvidemos que Boris Yelsin -el bombardero del parlamento en Moscú y responsable de sumir en la pobreza a 72 millones de rusos en acelerado tránsito al capitalismo salvaje con la privatización relámpago de 122 000 empresas- era, para la prensa occidental, el izquierdista que se enfrentaba a los burócratas en nombre del cambio.
Que los propagandistas de la guerra psicológica contra Cuba hayan tenido que manipular, modificándola de manera burda, la
carta de un grupo de médicos revolucionarios que plantea dolorosos problemas en el Hospital Calixto García, como hemos podido ver recientemente, es una muestra ejemplar de que la crítica revolucionaria -por dura que sea- no les interesa. Tampoco el análisis que indague honestamente en los problemas de nuestra sociedad.
La agencia de noticias AFP ignoró durante meses un agudo texto del académico
Rafael Hernández que aborda zonas muy contradictorias de nuestra realidad y especialmente de los jóvenes cubanos en relación con la emigración, pero bastaron unas horas para que amplificara la
obra maestra desconocida de un fantasma que le respondía.
Me parece cardinal
la definición de Silvio, cuando a propósito de esta polémica dijo que para ser de izquierda -al menos en nuestra condición de cubanos y latinoamericanos- es imprescindible ser antiimperialista. El imperialismo no es confesional, y lo sabemos no sólo por sus alianzas con el
Talibán. La mejor investigación que conozco sobre la
Guerra Fría cultural de la
CIA demuestra con amplitud cómo Estados Unidos financió y alentó una "izquierda no comunista" contra la
URSS, y Fidel, al referirse a la conspiración de ultraizquierda en Granada que abrió las puertas a la
82 División Aerotransportada,
afirmó: "Es algo que, o lo hizo la CIA, o de lo contrario no habría podido hacerlo más perfecto". Que exista una intención similar con
Cuba dentro del amplio abanico de acciones imperialistas contra el país, a nadie extrañaría, más si ya hay "izquierdistas" que comulgan con la quinta columna armada por Washington. Y la mejor manera de enfrentar esa posibilidad y toda la campaña mediática y subversiva que alienta Estados Unidos es el fortalecimiento del papel democratizador de nuestra prensa, de nuestras organizaciones políticas, de masas y sociales y nuestras instituciones que se acordó en
los objetivos de la Primera Conferencia Nacional del Partido; porque -como nos acaba de demostrar el debate entre Guillermo y Ubieta- mientras más amplia y honestamente se expresen los revolucionarios más aislado quedará un oportunista y menos argumentos habrá para quienes lucran con nuestros problemas.
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