A partir del siglo I de nuestra era, diversos intelectuales comenzaron a reinterpretar el relato de Génesis a la luz de la filosofía griega. Para Filón de Alejandría, por ejemplo, Eva había cometido el pecado de tener relaciones sexuales y por eso había sido condenada a sufrir las consecuencias “de la pérdida de la libertad y del dominio del varón con el que convive”. Este repudio de la mujer se infiltró en los escritos judaicos y en los de los Padres de la Iglesia.
Por ejemplo, en un midrás (comentario judío) que data del siglo II, un rabino explica por qué pensaba que la mujer debía cubrirse la cabeza: “Ha cometido una trasgresión y siente vergüenza de la gente”. Y el teólogo Tertuliano, cuyas obras ya tenían mucho peso en el siglo II, predicaba que la mujer debía caminar “como una Eva llorosa y penitente”. Estas enseñanzas y otras similares, que algunos atribuyen equivocadamente a la Biblia, han fomentado la discriminación de la mujer.