Soy post-moderna y descreída: los discursos me provocan sueño y un líder subido a la tribuna resulta -para mí- el colmo del tedio.
Asocio los micrófonos con los llamados a la intransigencia y la elogiada oratoria de algunos, siempre me ha parecido puros gritos para ensordecer al “enemigo”.
En los actos públicos lograba escabullirme y prefiero el zumbido de una mosca antes que escuchar las promesas de un político.
He tenido que oír tantas arengas -muchas de ellas al parecer interminables- que no soy el público indicado para aguantar una nueva perorata.
Para mí, la voz que emerge de los estrados ha traído más intolerancia que concordia, una porción mayor de crispación que de llamados a la armonía. Salidos de las tribunas, he visto vaticinios de invasiones que nunca llegaron, planes económicos que tampoco se cumplieron y hasta expresiones tan discriminatorias como
Para mí, la voz que emerge de los estrados ha traído más intolerancia que concordia, una porción mayor de crispación que de llamados a la armonía. Salidos de las tribunas, he visto vaticinios de invasiones que nunca llegaron, planes económicos que tampoco se cumplieron y hasta expresiones tan discriminatorias como
“¡Que se vaya la escoria, que se vaya!” De ahí que esté tan confundida con la alocución serena que ha pronunciado hoy Barack Obama, con su manera de hilvanar argumentos e invocar a la concordia.
Me ha parecido al leerlo -no tengo una parabólica ilegal para ver la tele- que toda una retórica ha quedado condenada al siglo XX. Hemos empezado a decir adiós a esa convulsionada elocuencia, que ya no nos conmueve. Solo espero que seamos “Nosotros, el Pueblo”* quienes escribamos a partir de ahora los discursos.
* Tomado de la traducción del discurso de Barack Obama publicada en el diario español El País.
Tomado del blog de Yoani Sánchez. Escrito desde Cuba en enero 20 del 2009.
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