Comenzó con un pico y una pala, sembrando los pesados travesaños que soportan las líneas de los trenes. Su padre había sido también ferroviario y un tío logró incluso conducir los vagones, cargados de cañas, hasta el central.
Era muy joven y ya su vida estaba unida al itinerario de una locomotora, con su hilera de coches estridentes y repletos. Pasados algunos años, logró tener –finalmente- un timón entre sus manos y llevar la serpiente metálica por los campos cubanos. Mi padre se hizo maquinista, cumpliendo con una larga estirpe familiar, que llevaba décadas unida al ferrocarril.
Más de una vez, yo misma manejé una de esas máquinas en algún tramo tranquilo, mientras él supervisaba mis movimientos y me enseñaba a tocar el silbato. “Tuvimos trenes antes que España” decía mi abuelo paterno, siempre que alguien le preguntaba sobre su trabajo. Así crecí, oliendo el metal de los frenos que chirriaban en cada parada y dándole cuerda a mi trencito de juguete, rodeado de arbolitos de plástico y vacas en miniatura.
La caída del socialismo en Europa hizo que se descarrilara la profesión familiar. Muchas locomotoras se pararon por falta de piezas, los viajes se hicieron más espaciados y las tardanzas habituales. Salir de La Habana con rumbo a Santiago podía demorar lo mismo veinte horas que tres días.
En algunos pueblos pequeños, los vagones eran asaltados por campesinos necesitados que robaban parte de la mercancía transportada. Los altavoces de la estación central repetían sin cesar: “La salida del tren con destino a… ha sido cancelada”. Mi padre se quedó sin trabajo y sus colegas comenzaron a ganarse la vida en diversas labores ilegales.
De ese accidente no se ha recuperado el ferrocarril en Cuba. Líneas envejecidas, largas colas para comprar un boleto y la caída en desgracia de toda una profesión, han hecho que este medio de transporte goce de la peor de las reputaciones.
“Al ritmo que vamos, dejaremos de tener ferrocarril antes que en la Península” dice mi padre con sorna. Su mirada no está fija en la rueda que comienza a desmontar –en su nueva profesión de ponchero de bicicletas- sino que mira a un punto más allá, a esa mole de hierro que él guió por esta Isla larga y estrecha.
Nota: Tomado del blog de Yoani Sánchez.
Nota: Tomado del blog de Yoani Sánchez.
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